lunes, 1 de abril de 2013

Un segundo café - Antonio-Anahi

(Antonio)
El sobre de azúcar se había manchado de café, apenas en un borde. Daba igual, porque no pensaba utilizarlo, pero aún así el detalle había captado mis sentidos durante unos segundos. Supongo que la lluvia me tenía algo más sentimental e  inútilmente perceptivo que de costumbre. Imaginaba que tú no estarías en la misma situación, aunque estuvieses compartiendo la misma lluvia. Ya se había convertido en una manía y en un gesto necesario el tomar ese café de media mañana bajo tu casa. Aún a sabiendas de que nunca me atrevería a dirigirte ni tan siquiera una palabra. Suponía que vivías allí, puesto que te había visto entrar varias veces, mientras hacía mi colada en la lavandería frente a tu portal. La costumbre del café de media mañana, unido a la persecución platónica del ser ideal, hacía el paso del tiempo más llevadero, y permitía que aquel café sin encanto, tuviese una historia para mí y que fuese un lugar más en el camino dónde poder sentirme bien. Te veía llegar tan distante, tan elegante siempre, tan desconocida, que pensaba que no tenía nada más que saber de ti, que sí hubiese sabido siquiera tu nombre, todo el encanto, toda la parafernalia, el café, la tranquilidad, el momento de paz, la lluvia, el sobre manchado,  la propina, la lavandería vieja, los sueños, los pies cansados, el periódico del día, el reloj atrasado del bar…, todo, hubiese desaparecido y yo habría tenido que empezar de nuevo en otra calle, otro café, otra fascinación, otra costumbre. Prefería irme de la ciudad sin saber de ti. Y quien sabe si durante los últimos dos meses, en los que no te vi ni una sola vez, no habías cambiado de casa, de ciudad, de vida, de amigos. O incluso puede que hubieses muerto. En realidad no eras más que un objeto para mí, una muleta necesaria para andar un trozo de la acera, un trozo de calle, un trozo de vida, un pedazo de sentimiento diario. Yo te utilice, sin darte, que yo sepa, nada a cambio, y no me siento culpable.
El sobre de azúcar se había manchado de café, y me importó poco, aunque captase mi atención, porque era el último café que tomaba allí, quizás para siempre, y quería llevarme un sobre manchado, un fetiche con olor a café, una estupidez más en la maleta y una excusa menos en la cabeza. No quería dejar nada atrás que no cupiese en mi bolsa de viaje y en mi cabeza saturada. El sobre me unía al pasado sin que el pasado fuese una pesada carga. Seguramente lo perdería o lo tiraría sin querer, pero mientras tanto, me uniría a un mundo que fue mío y que jamás volvería a ser igual. Pero cometí un error fatal, lo peor que pude haber hecho en tiempo, me pedí un segundo café.


(Anahi)
Quizás porque ya no soy tan joven, y tengo la estúpida certeza de que controlo mi pequeño trozo de mundo. Un café mas no importaba. Me sentí sobresaltado al verte entrar demacrada. Por primera vez tan humana, tan real.
La cabeza me dolió de pronto y no recuerdo nada más. Un ictus detuvo mi orden y mi vida.
Desperté tres días después en el hospital. El tiempo se detuvo al verte sentada tranquilamente junto a mi cama, como tantas veces, en la misma habitación , sin poder llevarte a mi rincón secreto he imaginario.
Sentí que me mirabas por primera vez, pero no era así. El aplomo de tu mirada me rescató de a poco del pánico de la situación. Ingenuamente pensé en el sobre  de azúcar manchado y olvidado. También en el viaje. Creí tener casi todos los detalles de mi vida decentemente atados y ahora me encontraba allí, medio desnudo delante de ti. Sin poder articular palabras y descubriéndome ridículamente con toda una vida imaginada juntos, la tuya con la mía ,que solo existían para mi.
Dijiste, me llamo Verónica y así pusiste fin a mi solitaria historia mientras yo sonriendo desmontaba mentalmente mi bolsa de viaje.

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