lunes, 1 de abril de 2013

Com-partidos - Pau-Antonio

 (Pau)
    He llegado a casa cuando estaba a punto de morir esta tarde de sábado, el sol ya agonizando. Enciendo una de las últimas chimeneas del invierno y ordeno a Jabier Muguruza que cante para mí, para crear la atmósfera adecuada en la que escribir esta página. Pienso. Me embarga esa sensación agridulce que tan bien conozco. ¡Cómo me gusta esta blanda tristeza tan mía, hecha de soledad y rumor de campos en torno a mí! Muchas veces me sorprende haber llegado hasta aquí, hasta este instante presente, a mí que ya hace tiempo que di mi vida por amortizada… Y aquí estoy con el panel de control de mi cuerpo lleno de luces verdes, sintiéndome amado y amando; tantos seres queridos.
    El futuro me da risa: un año más, cinco, diez ¿Cuántas primaveras más? ¿Cuántas veces me volveré a enamorar? ¿Cuánto sufrimiento queda por padecer? Me gusta mucho vivir, pero no le tengo miedo a la muerte. Soy perfectamente consciente de la fugacidad de todo lo que soy y conformo. Me parece tan ridículo el afán de perdurar a cualquier precio… Añadir años a la vida, sin reparar en que los años van vacíos de vida, como una noria girando desocupada. Pero estoy tan agradecido por la vida que me tocó en ese sorteo misterioso que se celebró el 20 de octubre del 67.
    Mi familia, mis amigos, las mujeres que me han amado y a  las que torpemente intenté amar. Mi casa, el sueño tocado cada día. ¿Cómo se me permitió vivir aquí? ¿Por qué turno del azar fui yo el afortunado al que consintieron vivir en un paraíso hecho a su medida? Gracias, gracias, gracias.

(Antonio)
    Oigo crepitar los troncos en el fuego. Leo unos versos de Rilke, otro regalo de juventud que me acompaña incansable, siempre preciso, siempre necesario. Hemos compartido tantas noches como esta, los dos solos.
 El olor a sabina impregna toda la sala. Es el olor de la isla, de la patria que elegí y me adoptó, la que me ha devuelto más de cien veces cada uno de los gestos que he tenido con ella. He caminado sus senderos serpenteantes, buscado los rincones más escondidos, me he dejado llevar por sus amaneceres y sus atardeceres, los baños de mar a primera hora de la mañana… Admiro cada uno de los árboles de estos bosques, mecidos por el viento, bañados por la humedad, el otro mar dulce de esta isla. El verde de hojas perennes que parecen haber estado siempre ahí, reflejos de una luz única, de un sol que se empeña denodadamente en bañar mi terraza y mi vida.
Todo está aquí presente ahora, a través de una llama naranja, otra señal de fugacidad y fascinación. ¡Cómo me gusta está sensación de invierno! El oso en la cueva hibernando, esperando los primeros rayos de la primavera, los primeros tallos verdes de esta tierra roja, la señal de una nueva estación en el camino de esta vida. ¿Cómo puedo ser tan afortunado?¿Cómo puedo devolver todo lo recibido? ¿Agazaparme en el hueco del tronco
de un algarrobo centenario y unirme a sus raíces y sus ramas?
La música de Jabier Muguruza pone voz a Bernardo Atxaga y canta: “Estamos hechos para el paraíso como los pájaros para el aire; por debajo del paraíso, nada de nada, no queremos nada”.  Que así sea.

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