jueves, 25 de abril de 2013

Guillermo Schafer - Antonio

Guillermo Schafer

Recuerdo haberle visto una sola vez. Habíamos hablado en muchas ocasiones a lo largo de los cuatro meses que precedieron a la entrega del premio. Conversaciones cortas, de contenido burocrático y logístico, en las que siempre encontró un hueco para alguna frase calurosa y algún recuerdo del tiempo que compartió con mi padre, muchos años atrás, antes de yo nacer.
Para mí siempre había sido un personaje casi mítico. Primero mi padre me habló de él en numerosas ocasiones, y, cuando ya falleció, fue mi madre quien me continúo regalando los libros de poesía y ajedrez que Guillermo Schafer publicaba.
Con motivo de su viaje de regreso a la isla, para recoger el premio, tuve que preparar un discurso de introducción y presentación en homenaje a su persona, alguien que para mí siempre había sido tan cercano y tan lejano. Ese tipo de cosas que preparas con mimo y con miedo, con el cuidado propio del respeto y la secreta admiración, y, también, con el temor a que conocer al personaje en carne y hueso cambie por siempre esa percepción idealizada, que mine un cimiento indiscutible de tu vida.
Busqué entre los papeles y los archivos digitales de mi padre. Encontré numerosos escritos, tanto del propio Guillermo, como de mi padre en referencia a él o a los textos que el escritor uruguayo le enviaba. Entre todas las joyas desordenadas, encontré una semblanza hecha por mi padre, casi cuarenta años atrás. Imposible hacer mío aquel escrito, pero si entresacar de él algunos apuntes esenciales para entender la naturaleza del personaje y de su relación con la isla y sus amigos. Dejo aquí constancia de algunos pasajes, a modo de muletas:
“Una mente inquieta, emprendedora e inquisitiva, encerrada en un cuerpo enjuto, ambos, cuerpo y mente, de una fortaleza y una seguridad impropia a los ojos. […] Guillermo siempre esconde más de lo que muestra, casi sin querer, no por cálculo, no por interés, tan sólo por el simple hecho de que hay mucho ahí dentro. Guillermo para mí es varias vidas en un solo cuerpo. […] Un crisol poliédrico del amigo, el estratega ajedrecista, el jardinero, el lector empedernido, el tipo sociable, la generosidad desinteresada, el acento uruguayo, profundo e hipnotizante, el amor por el buen vino… […] Schaffer construye, continuamente, diseña y construye, con la mente, con las manos, con la vista, pero también demuele, porque los paisajes mentales para él nunca son perfectos y siempre cambian, porque las incoherencias personales son parte de nuestro mapa. Pero en el balance a lo largo, que es como cuentan los restos de la vida, su paisaje ideal se va extendiendo y va ganando matices y sutilezas […]. Guillermo es la mezcla del Océano Atlántico y del Mar Mediterráneo, una tormenta bajo las aguas de la calma.”
Tales eran los términos en que mi padre sellaba su visión y la amistad que les unía.
Llegó el día del premio y nos conocimos, salvamos de la mejor manera la ceremonia y las alabanzas y enhorabuenas de personajes políticos que jamás habían tenido interés por una sola de las líneas del homenajeado, ni, en realidad, por las de nadie. Muchos obligados a estar en un acto frente a un escritor que siempre les plantó cara, irreductible, con la fuerza de quien maneja el lenguaje lo suficiente cómo para molestar sin insultar. Declinó la cena de homenaje, y me emplazó a comer juntos al día siguiente. Me dijo que me llevaría a un magnífico restaurante, “de mis tiempos”, recalcó. Bajo un sol de mayo, nos dirigimos a “la cueva del oso”, Can Ignasi, morada de Pau.García. Allí compartimos una magnífica paella con los miembros aún vivos del mítico elgrupociento34. Una reunión de amigos, algunos de los cuáles no se habían visto en más de veinticinco años y que probablemente estaban ante una de las últimas oportunidades de compartir una sesión de escritura. Parecía como si no hubiese transcurrido ni un solo día. Yo fui parte de ese día, tuve esa suerte del testigo privilegiado. Yo puedo decir que Guillermo Schaffer, al despedirse de mí en el aeropuerto aquella misma tarde me abrazó con fuerza, sonrió y me dijo, confundiéndome con mi padre: “Antoñito, volver a la isla y verlos a todos ha sido el mejor regalo”.
Desde entonces, hace tan sólo un par de años, el mito sigue en pie, el hombre también. Intercambiamos algunas cartas de puño y letra al año, y en una de las últimas reescribía a modo de recuerdo uno de sus versos más famosos:

“Regresar es acaso tomar un tren con destino a tu propia memoria.
Reconocer la tierra sin ser visto.
Caminarla con cierto desasosiego.”

Diario de Ibiza, 5 de abril de 2053. Con motivo del 80 cumpleaños del poeta Guillermo Schafer, hijo adoptivo de la isla de Eivissa.

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