lunes, 1 de abril de 2013

Carlos 1 - Hassan Ahmar

  
  El tacto húmedo, visco y frío de la carne sobre la palma de la mano, la sensación de las gotas de sangre escurriéndose entre sus dedos… ¡qué placer tan profundo! La vecina de enfrente regaba las macetas del balcón. Su carne era prieta bajo la piel blanca. Iba en bragas y sostén. 'Hay que joderse' pensó Carlos. En ese momento un cuarteto de cuerda interpretando Shotakovich  que sonaba a todo trapo en su salón legó al clímax de la pieza, chirridos insoportables para todo el vecindario pero que hicieron que él entornara los párpados de puro delirio. Permanecía de pie, quieto como una estatua, de pie frente a la ventana de la cocina, con el chupetón en la mano, goteando sangre sobre el suelo, con la mirada perdida. La vecina levantó la cabeza y miró hacia el piso de Carlos; volvía a sonar esa música odiosa, la misma historia de cada día. Ese chalado estaba mal, pero que muy mal. Otra vez sujetaba en la mano un pedazo de carne sangrienta y la miraba fijamente, inmóvil. Eso la inquietaba, pero a la vez le producía morbo y la excitaba durante su acto exhibicionista. Se ponía cachonda.
    Acabó el quinto movimiento y Carlos volvió en si lentamente. Bajó la mirada sin mover la cabeza y la fijó sobre la carne. Luego miró la sartén y vio que el aceite humeaba. Levantó el brazo y lo adelantó. Sin miedo dejó caer la carne en el aceite. Se armó un cristo, pero a él le gustaba ver como salpicaba aceite por todo, el humo que desprendía. Luego lo limpiaba todo con una meticulosidad quirúrgica y al terminar se decía 'ya está, aquí no ha pasado nada'.

    Se comió el chupetón medio hecho, con ensalada y un copa de tinto, en silencio, solo, en la mesa del comedor, redonda, para seis, cubierta con un mantel azul y con un jarro de flores en el centro. Nada de postre. Para reposar la comida se sentaba en una tumbona en el balcón durante una hora, acompañado por Henry, su loro parlanchín. Henry era su confesor, con él se soltaba y le hacía cómplice de sus confidencias.
- Hola Henry -
- Hola. Hola. - respondió el ave.
- ¿Cómo te ha ido la mañana?¿Has visto a la vecina de enfrente? ¡Está buena! ¿Eh? -
Silencio, Henry no parecía haber entendido. Carlos siguió hablando. - ¿Qué plantas debe tener en esas macetas? Tal vez te suelte un día para que vayas a verlo y me lo chives. ¡Mira! un coche fúnebre. - El coche aparcó frente al portal del edificio de la vecina. - ¿Habrá muerto alguien?
-¡Henry guapo! Hola Henry.
Carlos observaba al chofer y a su acompañante sacando una camilla y una bolsa para fiambres de la parte trasera del vehículo. En ese momento llegó otro coche, de la Guardia Civil. Estacionó en medio de la calle, con las sirenas apagadas. Un tercer coche, probablemente un juez.
- Henry, alguien ha palmado. Voy adentro a poner Un Requiem Alemán -. Se levantó y al poco podían oírse en toda la calle los tristes compases manando por las ventanas de su piso, cubriendo paredes y aceras de un manto de melancolía y dramatismo. Volvió al balcón junto Henry.
-¿Alguna novedad?
- jajajajajaja, jojojojojojojo - rió Henry.
- Enrique, Enrique… te voy a tener que enseñar a plañir, esto no es serio. A los muertos se les llora.-
    Durante media hora siguió en el balcón, vigilante. Nada se movió en la calle. Eran las cuatro y pegaba un sol de justicia, hora de la siesta. Hoy no la haría, le podía la curiosidad. Llegó un todoterreno de los bomberos y bajó un hombre con una motosierra en la mano. Se metió con ella en el portal de la vecina.
- Henry, ¿para qué coño querrán una motosierra ahí adentro?-
El loro no le hizo ni caso, estaba enganchado del comedero pelando pipas y picoteándose entre las plumas grises. De pronto paró y giró la cabeza escuchando con atención. Sonaba una motosierra. Un sonido nuevo para él. A los dos segundos salió del portal tambaleándose el acompañante del coche fúnebre. Estaba pálido. Se apoyó en el coche, se inclinó hacia delante, estiró el cuello y vomitó.
- ¡Joder Henry! Aquí hay tomate. Jajajaja - se puso a reír su propia gracia, imaginando una escena sangrienta ahí dentro. 'Ya me vale' pensó. El loro seguía en silencio, volvía a oirse la motosierra.

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