En
un rincón olvidado de la civilización, vive escondida como un erizo Silvia
Sánchez o como todos la conocen desde hace muchos años, Tata Contadora. Le prometí a mi abuela que un día iría y me
encamine a desvelar el misterio. No muchos lo saben, pero en sus tiempos mozos,
trabajo como arquitecta. Primero de adultos, luego de adolescentes y niños. Un
día, según dicen, se cansó y se
transformó en inventora. Tenía tantas
cosas fantásticas en su casa que un día ya no le entraron más y tuvo que
empezar a construir objetos maravillosos para el exterior, pero eran tan
extraños que nadie los entendía. Así que empezó a explicarlos, primero muy
directamente decía…
-¡Esto
es un exprimidor de sandías!. O ¡esto es un masajeador de codos!
Pero sus inventos seguían sin venderse. Así es
como empezó a decorar los inventos con historias sencillas. Y después de
escuchar una fantástica historia de calor sofocantes y zumo recién exprimido de
sandía, que se exprimía sin partirla y sin ensuciar. La gente empezó a comprar
el exprimidor. Primero porque solo de pensarlo todos querían zumo sin
ensuciarse las manos, pero en realidad les había gustado tanto la historia que
querían recordarla por siempre. De como encontró cada tornillo en el camino de
las margaritas hasta como sin darse cuenta de una semilla de sandia olvidada en
un cajoncito de pino, le creció una planta tan grande que tuvo que pensar que
hacer con su montaña de 1745 sandias. Incluidas las pequeñas que son las más buenas.
Solo
tenia un requerimiento, no quería grabadoras, ni fotos, ni coches, ni
tecnología en su casa. Así que uno si quería saber algo de ella, tenía que arremangarse
los pantalones, cruzar el camino lleno de baches, girar 3 veces a la derecha y
una a la izquierda, otra vez a la derecha y detrás del bosque de bambú,
encontrar la casita multicolor hecha de materiales reciclaros, tan
primorosamente encajados, que incluso el bosque crecía dentro de casa y ella
con el bosque sin molestarse ni uno ni el otro.
Las
historias no le hacían justicia. Apenas sobrepasaba el metro de altura, y era
tan delgadita que si no fuera por los zapatones, se la llevaría el viento. Un
calcetín de cada color, porque las historias le trepan por los pies, pantalones
con muchos bolsillitos llenos de cosas
por lo abultados y por lo que dejaban escapar. Trozos de tela un destornillador
y creo que también le vi un lagartijo
que vivía según decía ella, en ese bolsillo del chaleco desde hacía un
mes. Todo los pelos parados y blancos, daban la impresión que metió los dedos
en el enchufe. Pero sabia que era imposible. Le gustaba solo la luz de las
velas.
Creí
que llegaba tarde, porque no se bien que hora es, la del atardecer desde la
ventana de su cocina. En silencio me
senté un una especie de banquito de cortezas de algarrobo y esperé a que
comenzara la historia junto con unas 10 personas que al igual que yo, querían
viajar a través de sus palabras…
Muy
solemnemente se subió a un cajón de naranjas viejo lleno de caracoles
multicolores y tirando de un cordelito que colgaba del maravilloso algarrobo
que nos cobijaba del rocío, descendió como una araña en su hilo, una especie de
trompetita. , no mas grande que una mano
pero que en sus manitas parecía un cornetón, decorado con lanitas de colores y
un cascabel.
Con voz seria recito.
-Me
encontraba cierto día de paseo pensando
en mis cosas cuando de pronto me di
cuenta que hacia rato que estaba de pie pensando. Al parecer estuve tanto
tiempo inmóvil que me llené de la humedad del atardecer y al parecer estaba tan
quieta que un montón de caracoles se me habían subido por los pies, casi hasta
las rodillas. No quise moverme para no aplastarlos y dije con un suspiro.
-¡valla
por Dios y ahora! ¿como salgo de esta?
Recordé
que tenia un bonito trozo de madera guardado en la chaqueta y una navaja en el
bolsillo del pantalón. Así que pensé hacerle unos agujeros he intentar encontrar
el sonido justo, como la historia del flautista de Hamelin. Me dio la media
noche soplando y haciendo pruebas hasta que valla maravilla después de hacer el
agujero 33 y medio un caracalito se metió en su caparazón y rodó al suelo.
Agrande un milímetro más el agujero y cayeron 7 más. Estuve tentada de dejarlo
allí para no estropearlo, pero agrandé el agujerito un poquitito más y todos
los caracoles rodaron al suelo. Un salto y ya estaba libre del húmedo abrazo.
Antes de que llegarais metí los pies en una excelente
cerveza que preparo y como verán ya tengo los caracoles del cajón trepando hasta
las rodillas. Dijo mientras se levantaba el pantalón bombacho hasta las
huesudas rodillitas.
No
nos habíamos dado cuenta, porque movía tan dulcemente las manos que parecía una
danza y nadie se percato de los caracoles… antes de que pudiéramos salir del
asombro continuó.
-nadie
está a salvo de los profundos pensamientos de nuestro ser, y si uno de ellos te
pilla desprevenido de paseo como a mi, es muy importante tener la herramienta
adecuada.
Desato la cornetita del cordel y le dio un
soplido tan fuerte que le temblaron las orejas, a ella y a todos nosotros también
mientras veíamos como los caracoles rodaban hasta el suelo como castañas…una
carcajada sublime nos saco del asombro y nos sumió en el júbilo.
Ni
que decir que todos nos llevamos la cornetita, que por cierto siempre me meto
en el bolsillo al irme de paseo, no sea que de pronto me ocurra un imprevisto.
Es
una pena que ya este tan mayor y que solo podamos guardar sus historias en
nuestro corazón.
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