lunes, 13 de mayo de 2013

Pau - Guillermo

Pau

La barba espesa, ya blanca, cuidadosamente recortada. Arrugas en la frente, marcas del tiempo, que no te preocupan. Las manos, fuertes como siempre, dejan entrever el paso de los años dedicados a cuidar el bosque.
Has dejado el tabaco, pero tu vaso de grapa te suele acompañar por las tardes.
Tienes más libros que nunca, has ampliado tus registros, aparte de poesía -esto es irreductible-, memorias, biografías de combatientes e historias de batallas navales, has incursionado en la novela negra y policíaca. Las pilas de libros se amontonan por todos los rincones de la casa. Sé que cada libro tuvo, o tiene aún, su tiempo y su lugar para tí.

Desde que te has anotado a un curso de botánica y jardines por Internet, hasta has puesto una planta en el baño, ese que tuviste olvidado algún tiempo.
El periódico continúa inseparable. Sigues la radio cada día, y frunces el ceño con lo que nos cuentan, lo que no quisiéramos escuchar, y lo peor de todo, lo que no podremos nunca solucionar. Balbuceas algo en voz baja, maldices si un joven no se pronuncia, si no hay un reclamo, si se defrauda una espera.

Tus tareas en la casa son perseverantes. Preparas el huerto cada primavera, podas el algarrobo de la terraza cada otoño, juntas la leña necesaria para el invierno. Das una o dos manos de cal viva al año a estos muros, que, de alguna manera, siempre han sido nuestros.

Una nieta de Miliki dió una camada de seis, se apoderaron de Can Ignasi, y ahora juegan a demostrar quién caza más lagartijas. Trastean en la cocina bajo tu benevolencia, pero conocen sus límites.

Has cambiado en todo este tiempo tan sólo el color de tu barba. La expresión de tu mirada es la misma. Sigues siendo ese muchacho risueño que conocí en un barco hace ya tantos años. La sinceridad nunca ha estado en disputa. Nuestra amistad, esa tela centelleante en el taller de los días.

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