RENACIMIENTO
El día de su renacimiento, Roberto entró en el
baño a las seis de la mañana, como venía haciendo desde que comenzó a trabajar
de camarero en el Ateneo, hacía ya quince años. Aquella mañana, sin embargo,
Roberto continuaba en el baño a las diez, sentado sobre la taza del wáter en la
misma postura que adoptó cuando entró en él. Llevaba tres horas observando un
pelo, pegado en forma caprichosa, en la pared de la bañera. Un pelo feo,
retorcido. Llevaba tres horas meditando acerca de aquel pelo, de lo sucio y
asqueroso que era. Roberto era un hombre limpio. Más que limpio, pulcro. Cada
día se duchaba y limpiaba en profundidad, su barba perfectamente afeitada, su
cabello cortado con regularidad y bien peinado. Uñas cortas, siempre blancas, y
vestido con elegancia y corrección. Aquel pelo simbolizaba toda la inmundicia
existente. Era, sin duda, el germen de su desgracia, el culpable de que el día
anterior le echaran del trabajo y de que no consiguiera jamás sentirse
realmente limpio.
Tomó la espuma de afeitar y la maquinilla.
Cambió la cuchilla y comenzó a untarse de espuma y a rasurarse, de arriba
abajo. Comenzó por la cabeza, continuó por cejas, barba, pecho, axilas, brazos
y manos, hombros y espalda, genitales, piernas y pies. Se miró al espejo y decidió
quitarse las pestañas también, utilizando unas pinzas. Se sentía más ligero,
pero no satisfecho. Todavía se encontraba sucio. Se dirigió a la cocina y cogió
un estropajo metálico por estrenar, de los que utilizaba para dejar las ollas
brillantes. De regreso al baño entró en la ducha. Utilizó el estropajo como
esponja, frotando con fuerza para eliminar la suciedad de su cuerpo. Una y otra
vez echaba gel en el estropajo y frotaba y frotaba hasta que se empezó a sentir
mejor. Por fin conseguía limpiarse completamente. El agua en el desagüe era
roja, su cuerpo un amasijo sanguinolento, su cara irreconocible. Pero se sentía
bien.
Cuando salió de la ducha decidió no vestirse,
esa ropa no estaba limpia. Abrió la puerta del baño y se encontró cara a cara
con su esposa, que acababa de llegar. La mujer soltó un chillido de espanto y
él la vio. La vio peluda, sucia, inmunda. Vio la casa, fuera del baño, sucia,
horriblemente sucia y regresó de nuevo al baño. Decidió no volver a salir nunca
más ni volver a hablar con ella, ni con nadie, seres sucios y asquerosos.
Sus parientes y amigos coincidieron en que ese
20 de abril fue el día de inicio de la locura de Roberto. Para Roberto ese fue
el día de su renacimiento.
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