lunes, 5 de diciembre de 2011

La lata - Diana C

Allí estaba yo, rodeada de precipicios, uno a mi izquierda y otro en el centro de aquella superficie plana, negra y finita. Había humanos, seis me parece que eran. Clavaban de vez en cuando sus ojos, doce en total, en mí, y yo no sabía qué era más inquietante, si los precipicios o sus ojos. ¿Qué querían? Había escuchado que los humanos hacían algo llamado juicio. Esto consiste en que varios de ellos se reúnen alrededor de uno de su propia especie y deciden su destino según sus actos pasados. ¿Era acaso eso lo que iban a hacer conmigo? Y, si eran capaces de escoger la peor de las suertes para los suyos, ¿qué podrían hacer de mí?

Pensé entonces en esos doce ojos observándome. Mis gotas en la superficie, evocando frescura, calmando la sed mental ya antes de beber mi contenido, ¿se darían cuenta de la falsedad de aquella agua dibujada? O mis llamativos colores, y ese atractivo nombre, Acuarius. ¿Sabrían acaso aquellos humanos que había otros miles de millones de latas exactamente iguales a mí? Hacía tiempo que había dejado de creer que era única, pero ellos, observándome con sus doce ojos humanoides, me estudiaban como al único objeto de una sala que poco a poco se iba poblando de intenciones.

Decidí desembarazarme de sus miradas cuando una de ellos absorbió las últimas gotas de mi contenido dejándome vacía. Primero, fui vacía. Después me llenaron, y ahora acababan de vaciarme de nuevo. Una leve brisa hubiera podido, en aquel instante, tumbarme y hacerme rodar precipicio abajo.

Por eso decidí desembarazarme de sus miradas. Fue un momento sorprendente por su quietud, un silencio. Después, la nada. La nada dentro de mí, la nada precipicio abajo, la nada en sus miradas que me miraban y en cuyo reflejo no estaba yo. Podrían decidir mi destino. Puede que fuese reciclada y terminase formando parte del caparazón de algún barco. O volver a ser lata llena para vaciarme, otra vez. Quizá cayese en manos de algún hippie y terminase convertida en bicicleta de alambre. ¿Quién lo sabía? De pronto esas cuestiones perdieron su importancia. Llena, y vacía, y convirtiéndome en otra cosa todo el tiempo, ¿acaso creía alguno de aquellos humanos que era distinto de mí?

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