domingo, 18 de diciembre de 2011

La avenida - Rozio



La avenida de troncos era monstruosa.

Los árboles arrancados desde sus raíces de las riberas donde crecían, ahora desguazadas, crujían espantosamente arrastrados por las aguas. Los lodos limados del cauce, amalgamaban todos los leños que estrepitosamente avanzaban, tragando todo lo que se interponía a su paso.

La masa se ha convertido en un organismo depredador, un ser diseñado por Hundertwasser, peligroso y temido. Los hombres esperan aguas abajo la llegada, armados de palas y azadas como si entre todos fueran la linchar a la criatura salvaje.

De pronto, entre el amasijo de ramas aparece en pie un hombre.

Cabalga sobre la bestia intentando no perder el equilibrio, solitario, con la mirada fija en el frente, como intentado dirigir el camino que tomará el animal de leño.

La gente le grita que salte, le tienden manos que parecen garras acechando a su presa.

Él no les mira. No desvía la atención del frente donde parece que haya algo que sólo él puede ver.

Ambos, masa y humano, madera, tierra, agua, carne y sangre se van, flotando uno en el otro, sin apenas rozar el poblado.

Tras ellos, quedan las aguas tranquilas.

Las manos se cierran y se guardan en los bolsillos. Las bocas se callan y tragan saliva. Los ojos se dirigen al suelo. Los recuerdos se convierten en dudas y ya nadie hablará de lo visto ese día nunca.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario