domingo, 18 de diciembre de 2011

Dos frases - Antonio

Llego tarde, como siempre que he de estar en un sitio importante a una hora concreta. Lo he intentado cambiar sin éxito. Bueno, he de reconocer que lo he intentado con poca convicción. He abierto la puerta principal y enseguida he sabido que Elisa ya no estaba. En su lugar, he encontrado una breve nota sobre la mesa de la cocina, que dades las minúsculas dimensiones de nuestro estudio, es decir de la única mesa digna de ese nombre. "No puedo llegar tarde al ingeniero de caminos, ese lujo es sólo tuyo". Dos frases, una realidad y un puñal. Lo digo, es un día importante, Elisa tiene su última sesión en el psicólogo desgranando su árbol familiar y todo lo que el peso de esas ramas ha tenido para ella sin dejar ni una luz a las raíces que no es capaz de echar. Llego tarde, no tengo excusa.
Espero fuera, fumando un cigarrillo tras otro, bajo el portal de la consulta. No me acostumbro al ruido de la ciudad, a los automóviles permanentemente presentes. Elisa baja, sonríe, no hay ni un comentario al incidente de la nota. Me toma de la mano, entiendo que prefiere caminar. Ni una palabra en todo el trayecto. Encaramos la última avenida antes de llegar a nuestra casa. Es otoño y no queda ni una hoja, ni un color más allá de los tonos de gris, ni un atisbo de vida en el cielo de la media tarde. Elisa sigue sonriendo.
Nos preparamos para acudir al cine. Parece medianoche y sólo acaba de anochecer. Elisa apenas ha hablado. Me he atrevido al salir a la calle a preguntarle cómo te sientes. Como una pintura de Hundertwasser, perdida en los colores, responde. Volverás a tu ingeniero de caminos, pregunto, estúpidamente. Yo no, tú si, el próximo jueves, a las cinco de la tarde, no llegues tarde. Tan dulce que empalaga y mata. Es la parte del trato que hicimos ambas en aquel autobús de provincias camino de esta otra vida, y que nunca he querido cumplir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario