lunes, 5 de diciembre de 2011

Diálogo - Antonio


Se ha disipado la brisa al levantarse el viento del atardecer. El ruido de las ramas y las hojas en este silencio se ha vuelto estruendoso.
- ¡Armand! ¡Armand! Entra, vamos, entra.
La luz del día es aún blanca. El mar que se ve al fondo es aún azul. Apenas pestañea. Su mirada no ha cambiado en toda la tarde.
- ¡Armand! – La tercera vez que lo nombra, su voz va perdiendo fuerza. Deja de gritar a través de la ventana de la cocina y se dirige a alguien dentro – Max, por Dios, dile algo tú. No se ha movido de allí en toda la tarde.
-No molesta a nadie, déjalo, ya entrará,  todavía queda una hora de día.
-Pero va a coger frío, está en manga corta. Ni siquiera ha entrado a merendar.
- No le va a pasar nada. Si tanto te preocupa llévale una chaqueta – Max sigue sentado en la mesa de la cocina atando pequeños ramos de hierbas aromáticas que ha recogido poco antes – A su edad el frío del atardecer es un desafío.
- Claro. Sí luego se pasa la noche tosiendo, seré yo quién se levante.
Suena un teléfono. Una, dos, tres veces, Max deja el último ramo que estaba atando, se levanta y va a contestar la llamada a un salón al fondo del pasillo. Antes de descolgar sabe quién llama y sus ojos aclarados por la edad brillan al hablar.
 - Hola querido. ¿Cómo estás?
         - Hola Carlos, bien, estoy bien. ¿Cómo estás tú? ¿Cómo va el día?
         - Está siendo un día entretenido. Estoy preparando unos ramos de hierbas aromáticas. Cuándo vengas con las niñas te podrás llevar unos pocos.
         -¿Y mamá?
         - Ahí está. La he tenido en la cocina toda la tarde. No ha dejado de mirar al horizonte y llamarte continuamente. Creo que hoy está en vuestras vacaciones de verano en la costa vasca.
         - ¿Cómo lo sabes?
         - No ha dejado de llamarme Max en toda la tarde.
         - Tienes una paciencia admirable. Mi padre hace ya más de tres meses que no llama para preguntar por ella – Hay un silencio en los dos lados, sin tensión, sólo una tregua sobre las cosas que hacen daño - Carlos, sabes que no tienes porqué estar ahí. Sabes que a mí no me has de explicar nada. Podemos buscar una alternativa para mamá…
         -Armand, para, Armand, déjalo, de verdad. Lo hemos discutido muchas veces querido. No sabría estar en otro sitio ahora mismo. No sabría qué hacer sabiendo que ella se apaga y que yo estoy lejos.
         - Carlos sabes que para mí siempre has sido mi padre “real”. No tienes cuentas que saldar. Tu hermano Max no fue más que un lamentable accidente en nuestras vidas…
         - Armand, querido, déjalo. Armand, me gusta hablar contigo cada día, te espero mañana. Le daré un beso a tu madre. Cuídate.
         Carlos cuelga el teléfono, y durante un instante, antes de dirigirse a la cocina, se frota los dos ojos con una mano. Al llegar, Margot sigue sentada en la silla de ruedas frente a la ventana y al horizonte.
         -Era Armand, ya ha entrado, en un rato bajará a cenar.
         Margot calla con el sol rojo poniéndose en el nácar de sus ojos ciegos.

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