martes, 6 de agosto de 2013

Renata o el elogio a la mala leche - Silvia


Conocí a Renata el verano del 2003, durante las prácticas que estuve haciendo en un centro benéfico dedicado a la atención de personas mayores sin recursos. Allí yo pasaba las tardes acompañando a toda clase de viejitos, dándoles conversación y llevándolos de paseo por el parque.
Renata era una mujer altiva y elegante, que, pese a sus 82 años, no permitía que nadie la viera desnuda y que rechazaba toda clase de ayuda y compañía, pues ella no necesitaba a nadie, se bastaba y se sobraba. En nuestro primer contacto fue todo lo desagradable que pudo.
-Buenas tardes, señora Renata. Soy Anna y voy a pasar las tardes en el centro con ustedes.
-Bah! Una niña… estoy harta de que solo envíen crías que no saben nada de la vida…
-Bueno, tengo 28 años…
-Pues eso, una niña acomodada y malcriada que se cree que va a cambiar el mundo. A mi déjame tranquila, chiquilla. Vete a hacer compañía a otra vieja de esas que hay por allí.
La expresión de su cara, con los labios dibujando una perpetua mueca de asco y su manera de mirar por encima del hombro, permitían adivinar un pasado severo, tal vez marcado por la guerra o alguna desgracia de gran magnitud, pero ella no gastaba en vano las palabras, de manera que resultaba difícil saber de dónde provenía aquella amargura.
Siempre estaba sola, y no era de extrañar, ya que a todo el mundo, jóvenes y viejos trataba con igual desprecio. Mientras los demás se reunían para jugar al mus en torno a una mesa, ella miraba al horizonte, a través de la ventana.
-Señora Renata, ¿le enciendo la tele?
-¡Ni se te ocurra! No dicen más que mentiras y tienen a todo el mundo engañado. Hay que ser idiota para creerse una sola palabra de lo que dicen. ¡Panda de embusteros! Si fuera más joven yo misma pondría una bomba en los estudios donde están todos esos presentadores y personajes de la farándula que se creen tan maravillosos. Bah! No puedo soportarlos. No tienen ni idea de lo que es la vida.
-¿La vida?
-Sí, la vida. Yo sí que sé lo que es y te aseguro que no puedes confiar en nadie, y los peores son los que tienes más cerca, los que crees que te quieren!
-No exagere, señora Renata…
Me miró de arriba abajo con una expresión de repugnancia que me hizo estremecer.
-Bah! Chiquilla malcriada, a ti también te han comido el coco. Anda, vete, era mejor compañía la chica que había antes que tu…
Un día la fui a buscar a su habitación para avisarla de que tenía visita con el masajista en una hora. Al abrir la puerta me la encontré en batín y con los rulos puestos (jamás había visto a nadie tan elegante en batín y con rulos), contemplando una colección de fotografías que colgaban de la pared. Me aproximé, para verlas, y allí estaba ella, exuberante con plumas de avestruz decorando su trasero mientras descendía glamurosamente unas escaleras hacia el escenario del Molino.
-¿Has visto que bonita era? Yo, niña curiosa, aquí donde me ves, fui la más grande vedette del Paralelo hace más de 50 años. Todos me adoraban…. La Bella Renata me llamaban. Yo era hermosa, muy hermosa, y nadie se me resistía. Lo tuve todo: joyas, pieles, hombres….  Bah! Hombres… unos desgraciados… ven unas tetas bien puestas y se les nubla la razón. Sólo tenía que pedir por esta boquita y tenía lo que deseaba. Entonces no podía imaginar que todo aquello acabaría, que algún dia me haría mayor, que mis tetas ya no se quedarían en su sitio y que los hombres desaparecerían.  Bah! Hombres… son todos iguales. Tal como llegaron se fueron  a buscar culos jóvenes, siempre quieren culos jóvenes.
-Vaya… Señora Renata, era usted realmente bella… No sabía que había sido vedette del Molino.
-¿Te ha sorprendido?¿es que te crees que siempre he sido vieja, o qué? Hay que ver, los jóvenes de hoy en día, que os creéis más listos que nadie. Mocosos malcriados, cómo os odio a todos… Sólo pensáis en pasarlo bien y os creéis que el dinero cae del cielo… Bah! Como mi propia hija, que me robó el dinero que tenía y cuando ya no hubo más, desapareció. Hace años que no la veo, ¡ni ganas! Mocosa desagradecida... Va, niña, vete, que me estás haciendo perder el tiempo y hablar demasiado.

Hace dos semanas hablé por teléfono con una amiga que sigue trabajando en aquel centro. Me dijo que la señora Renata había muerto, sola, como había vivido. Sentí mucha tristeza pues, de todas las personas mayores que conocí  aquel verano en el centro, la señora Renata fue mi preferida. Pese a su mala leche y su mal carácter le había tomado cariño.

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