Conocí a Renata el
verano del 2003, durante las prácticas que estuve haciendo en un centro
benéfico dedicado a la atención de personas mayores sin recursos. Allí yo
pasaba las tardes acompañando a toda clase de viejitos, dándoles conversación y
llevándolos de paseo por el parque.
Renata era una
mujer altiva y elegante, que, pese a sus 82 años, no permitía que nadie la
viera desnuda y que rechazaba toda clase de ayuda y compañía, pues ella no
necesitaba a nadie, se bastaba y se sobraba. En nuestro primer contacto fue
todo lo desagradable que pudo.
-Buenas tardes,
señora Renata. Soy Anna y voy a pasar las tardes en el centro con ustedes.
-Bah! Una niña…
estoy harta de que solo envíen crías que no saben nada de la vida…
-Bueno, tengo 28
años…
-Pues eso, una
niña acomodada y malcriada que se cree que va a cambiar el mundo. A mi déjame
tranquila, chiquilla. Vete a hacer compañía a otra vieja de esas que hay por
allí.
La expresión de su
cara, con los labios dibujando una perpetua mueca de asco y su manera de mirar
por encima del hombro, permitían adivinar un pasado severo, tal vez marcado por
la guerra o alguna desgracia de gran magnitud, pero ella no gastaba en vano las
palabras, de manera que resultaba difícil saber de dónde provenía aquella
amargura.
Siempre estaba
sola, y no era de extrañar, ya que a todo el mundo, jóvenes y viejos trataba
con igual desprecio. Mientras los demás se reunían para jugar al mus en torno a
una mesa, ella miraba al horizonte, a través de la ventana.
-Señora Renata,
¿le enciendo la tele?
-¡Ni se te ocurra!
No dicen más que mentiras y tienen a todo el mundo engañado. Hay que ser idiota
para creerse una sola palabra de lo que dicen. ¡Panda de embusteros! Si fuera
más joven yo misma pondría una bomba en los estudios donde están todos esos
presentadores y personajes de la farándula que se creen tan maravillosos. Bah!
No puedo soportarlos. No tienen ni idea de lo que es la vida.
-¿La vida?
-Sí, la vida. Yo
sí que sé lo que es y te aseguro que no puedes confiar en nadie, y los peores
son los que tienes más cerca, los que crees que te quieren!
-No exagere,
señora Renata…
Me miró de arriba
abajo con una expresión de repugnancia que me hizo estremecer.
-Bah! Chiquilla
malcriada, a ti también te han comido el coco. Anda, vete, era mejor compañía
la chica que había antes que tu…
Un día la fui a
buscar a su habitación para avisarla de que tenía visita con el masajista en
una hora. Al abrir la puerta me la encontré en batín y con los rulos puestos
(jamás había visto a nadie tan elegante en batín y con rulos), contemplando una
colección de fotografías que colgaban de la pared. Me aproximé, para verlas, y
allí estaba ella, exuberante con plumas de avestruz decorando su trasero
mientras descendía glamurosamente unas escaleras hacia el escenario del Molino.
-¿Has visto que
bonita era? Yo, niña curiosa, aquí donde me ves, fui la más grande vedette del
Paralelo hace más de 50 años. Todos me adoraban…. La Bella Renata me llamaban.
Yo era hermosa, muy hermosa, y nadie se me resistía. Lo tuve todo: joyas,
pieles, hombres…. Bah! Hombres… unos
desgraciados… ven unas tetas bien puestas y se les nubla la razón. Sólo tenía
que pedir por esta boquita y tenía lo que deseaba. Entonces no podía imaginar
que todo aquello acabaría, que algún dia me haría mayor, que mis tetas ya no se
quedarían en su sitio y que los hombres desaparecerían. Bah! Hombres… son todos iguales. Tal como
llegaron se fueron a buscar culos
jóvenes, siempre quieren culos jóvenes.
-Vaya… Señora
Renata, era usted realmente bella… No sabía que había sido vedette del Molino.
-¿Te ha
sorprendido?¿es que te crees que siempre he sido vieja, o qué? Hay que ver, los
jóvenes de hoy en día, que os creéis más listos que nadie. Mocosos malcriados,
cómo os odio a todos… Sólo pensáis en pasarlo bien y os creéis que el dinero
cae del cielo… Bah! Como mi propia hija, que me robó el dinero que tenía y
cuando ya no hubo más, desapareció. Hace años que no la veo, ¡ni ganas! Mocosa
desagradecida... Va, niña, vete, que me estás haciendo perder el tiempo y hablar
demasiado.
Hace dos semanas
hablé por teléfono con una amiga que sigue trabajando en aquel centro. Me dijo
que la señora Renata había muerto, sola, como había vivido. Sentí mucha
tristeza pues, de todas las personas mayores que conocí aquel verano en el centro, la señora Renata
fue mi preferida. Pese a su mala leche y su mal carácter le había tomado
cariño.
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