martes, 6 de agosto de 2013

Mala leche - Antonio

Tocaba escribir sobre la mala leche, así tal cuál. Al menos así me lo había hecho saber el jefe de redacción. Una columna sobre la mala leche, desde un enfoque de dos caras, a favor y en contra. Es lo que hay, añadió. Nunca le he caído muy bien, lo sé, y no pierde ocasión para ponerme a prueba. El director del periódico confió en mí como joven valor de las letras, y me dio esta columna semanal para opinar y atraer a un lector joven y con inquietudes. Ambos estaban equivocados, el director por creer que las letras de opinión entienden de favoritismos magnéticos infalibles, y el jefe de redacción por creer que yo era una amenaza permanente impuesta de arriba. Y qué coño quieres que escriba de la mala leche, le pregunté. Yo que sé, tu eres el joven valor de las letras. Colgué el teléfono con cierta rabia.
Escribir sobre la mala leche, me había puesto justo de eso, de mala leche, desde primera hora de la mañana. Había incluso cortado la digestión del café con leche y provocado una acidez incómoda que no recordaba haber tenido en mucho tiempo. Dudé entre tomar un anti-ácido, un té, una tila, una sal de frutas. Opté por el camino de en medio, me serví un Malbec reserva 2001, de las bodegas Norton en Mendoza.
La acidez siguió, pero las ideas y la rabia iniciales se aplacaron. No podía permitirme estar tan de mala hostia a las diez y media de la mañana. Reflexioné sobre el tema, qué enfoque le podía dar, qué era la mala leche. Descubrí que a partir de esa idea surgían fácilmente otras palabras más o menos afines: rabia, odio, mal carácter, enojo, rencor, mal humor, un mal pronto, venganza… Todas ellas, por supuesto, con un cargado tono negativo. En este caso parecía más fácil ver la cara oculta de la luna, e imposible encontrar argumentos de elogio. Intenté recordar todas las veces que recientemente hubiese estado de mala leche, y conté unas cuatro, por el recibo de la luz, por alguna crítica de mi último libro, por la reunión de la comunidad de vecinos, y hoy mismo, por la llamada del periódico. Descubrí que me ponía muy pocas veces de mala leche, a pesar de que no considero tener un carácter fácil, y que además lo hacía por cosas muy estúpidas.
Cada vez disponía de más datos y de menos estructura para hilvanar un mínimo texto con sentido y con enfoques plurales. Hice un intento de lista con pros y contras de la cosa en cuestión. Agoté la columna de los contras y sólo se me ocurrió una para los pros, el relax que se produce después de una explosión de mala leche (a pesar de no estar demasiado seguro de que la consecuencia justificase la acción).
Ofuscado en la tarea, pasó rápidamente la mañana sin lograr escribir más de media frase con sentido. Hacia la una, la botella de malbec se había evaporado, al igual que la mala leche, y decidí que era tiempo de un antiácido y una siesta. De camino a la habitación, descolgué el teléfono y llamé a la redacción. Escribe tu los pros si los encuentras, que yo me dedico a lo mío, a los contras, le dije. Tendrá consecuencias, me respondió. Me da igual, todo tiene consecuencias, prefiero saber que llegan, añadí y colgué. Me sacudí la última gota de leche agria y descansé.

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