martes, 6 de agosto de 2013

La noticia - Antonio

Me he levantado a las siete de la mañana, aunque en realidad llevo despierto desde poco después de las cuatro, cuando un grupo de motoristas ha atravesado el barrio en moto, formando un estruendo terrible. Tengo el sueño ligero, desde la adolescencia, un trastorno que tiene altibajos, pero que nunca acaba de largarse de mi vida. He dado vueltas sin encontrar ni la postura ni el sueño, luego he leído casi a oscuras para no despertar a mi pareja, aunque él tiene un sueño de plomo. Después de tres horas he decidido levantarme y preparar un café. Es sábado y comienza a amanecer. Bajo a la cocina y mientras preparo la cafetera italiana y la dosis justa de café descafeinado, enciendo la televisión plana, para escuchar las noticias del canal internacional de la televisión española. Allí, en España, es una hora más. Normalmente, los fines de semana, me levanto con la radio española, un pequeño deje de nostalgia que aún me permito. Pero hoy es diferente, desde hace tres días las fuertes lluvias de la primavera han provocado la crecida de ríos, riachuelos y pantanos alrededor del pueblo en el que crecí, y todo ha quedado inundado, con gravísimos corrimientos de tierra y prácticamente destruido. La casa en la que vivimos mi familia y yo, desapareció en apenas tres horas. Afortunadamente no había nadie, ya sólo se utiliza algunos fines de semana al año y se reparte entre la numerosa familia que somos. Yo en realidad no he regresado más que dos veces en los últimos veintiún años, y los días que pasé allí fueron noches de insomnio. Ya sólo visito a mi familia en Madrid, pero no voy a la sierra.
Escucho el café subir, mientras veo las labores de vecinos, bomberos y ejército intentando rescatar a los supervivientes y recuperar las casas que aún quedan en pie. Sirvo la taza hasta arriba, sin azúcar ni leche, dejando que el olor me acaricie, y reconozco algunos de los rostros que son entrevistados y me entero de la muerte y desaparición de otros tantos. Bebo a sorbos el amargor de la tragedia, aunque no siento una pena que vaya más allá de solidarizarme con la desgracia de seres de los que alguna vez estuve cerca. Me alejé hace mucho tiempo de ese lugar, de sus gentes, del ambiente de pueblo en el que siempre estás bajo el punto de mira. Escucho como el repartidor de periódicos deja nuestro ejemplar en el buzón de la puerta, así que voy a buscarlo para regresar a mi rutina de desayunar leyendo el diario inglés. Mientras lo hojeo bebiendo a sorbos lentos mi café, la tele sigue desplegando  su ristra de imágenes y noticias insustanciales. Cuando llego a la sección de deportes, la tele avanza una noticia de última hora, entre los cadáveres recuperados de las inundaciones hay un misterioso esqueleto que ha aparecido envuelto en una alfombra prácticamente descompuesta. Levanto la mirada y bajo la taza. Entre las hipótesis que se barajan, la más aceptada es que se trata del cadáver de Francisco Javier Guzmán Arola, empresario, terrateniente y político de la zona, desaparecido hace veintiún años en extrañas circunstancias. Ahora sí mi mirada queda fija en la pantalla, mientras veo la noticia sobreimpresa bajo las imágenes en letras blancas. Pienso, hijodeputa.
Suena el teléfono fijo de casa, es una hora extraña para las llamadas, quizá mi familia para contar alguna novedad, quizá una tontería, quizá no debería si quiera contestar.
-Hello. It’s Gabriel.
-Hola. ¿Gabriel? Soy Román.
-¿Román? ¿Cómo coño has conseguido mi teléfono?
-Que importa… ¿Te has enterado?
En menos de un segundo he sentido rabia e impotencia al oír de nuevo su voz, seguido de comprensión y solidaridad. Sí me he enterado, contesto. ¿Qué vamos a hacer?, me pregunta, no lo sé Román, no lo sé, habrá que esperar. ¿Tu crees que nos encontrarán Gabriel?, ¿Sabes que hace más de veinte años que tengo insomnio, que sueño con esos ojos inyectados en pánico?. Su pregunta queda apenas unos segundos en el aire, hasta que yo contesto que lo sé, que me pasa lo mismo, y eso rompe el miedo y la distancia que nos ha separado y hablamos de nosotros y de la noticia que podría arrastrarnos como la crecida de los ríos.

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