martes, 10 de diciembre de 2013

La sinfonía - Guillermo


La investigación me llevó hasta el condado de Morrigan. Viajé a una pequeña ciudad llamada Redink. Disponía de los datos de una tienda de antigüedades de la que, presumiblemente, salió el arma homicida: una vieja máquina de escribir.
Al principio me pareció otro caso de asesinato con un móvil de robo o similar.
Teníamos a un escritor muerto a golpes en su domicilio, dentro del cual no existían indicios de que el agresor/a hubiera forzado alguna puerta o ventana para acceder a la vivienda. Además se encontraron dinero y un reloj de oro en un cajón de su escritorio, la casa tampoco estaba desordenada, por lo que el caso tomaba otras dimensiones. Según los vecinos interrogados, el hombre no recibía visitas hacía mucho tiempo, no se le conocían relaciones familiares y se le veía muy poco por la ciudad.
- Buenas tardes, soy el Inspector Burton, sigo el caso del escritor encontrado muerto hace unos días.
- Ah, sí le conocía- respondió la dependienta, una mujer de avanzada edad que regenteaba la tienda  - Era un viejo cliente, solía venir de vez en cuando, estoy tan apenada, ¿Quién le haría algo así?
La tienda estaba repleta de enceres y de muebles. Se me hacía difícil moverme dentro de ella por sus pequeños pasillos atiborrados de objetos sin sentir una sensación cercana a la claustrofobia. El local estaba a media luz y de fondo sonaba en un antiguo gramófono la novena sinfonía de Mahler.
Saqué de mi bolsillo la fotografía, - ¿Reconoce está máquina de escribir?
- Sí claro, se la vendí yo al pobre señor Penguin hace algún tiempo.
- ¿Está Ud. segura de ello? ¿Cómo puede reconocerla?
- Venga, acompáñeme.
 La regenta me condujo hacia el escaparate de la tienda.
- Hace muchos años adquirí dos máquinas de escribir en una subasta pública. Lo que pude saber acerca de ellas es que pertenecieron a un escritora considerada maldita en su tiempo que se ahorcó en el jardín de su casa. Otra trágica historia.
- Mire, aquí tenemos la otra, su hermana gemela. Todavía no la hemos vendido.
Cuidadamente presentada sobre un paño de seda rojo, lucía resplandeciente en el escaparate una máquina de escribir igual al de la fotografía.
- Tengo una curiosidad acerca de las máquinas, ninguna de las dos lleva impresas las letras correspondientes en sus teclas. ¿Qué me dice al respecto?
- No podría aclararle nada, las he subastado en este estado.  
- Tampoco tenemos indicio de marca o fabricante ¿Según su experiencia ha visto Ud. este tipo de máquina alguna vez?
No pude obtener más información de la señora. Me iría de la tienda prácticamente a cero.
La regenta gentilmente me invitó a un té. Mantuvimos una breve charla sobre arte.
Luego me despedí de la anciana con la extraña certeza de que no volvería a verla. Cerré la puerta de la tienda, me puse el sombrero y me disponía a partir cuando algo desvió mi atención hacía el escaparate. Titilaba una tenue luz dentro del mismo. Me acerqué junto al cristal y para mi asombro, vi como las teclas de la máquina se movían acompasadas
por la música que provenía desde el interior. La titilante luz se reflejaba de tal forma en la suave seda roja, que por un momento pensé que estaba teniendo un trance, algún tipo de alucinación  sugestionado por el desarrollo de toda la investigación.
De repente, el movimiento de las teclas se detuvo, la luz dejó de parpadear y se intensificó, la máquina comenzó nuevamente con sus compases de letras, pero esta vez más lentamente. Las teclas se pulsaban solas y a la vez se dibujaba cada letra en su tecla: ”S-E-R-Á-S  E-L  S-I-G-U-I-E-N-T-E”.

La maté porque era mía - Silvia


-Está muerta- sentenció el Inspector Olmedo mientras el policía abría la bolsa de plástico descubriendo el rostro de una mujer-Ya no podemos hacer nada por ella.- Su nueva ayudante se le quedó mirando boquiabierta, el hedor que desprendía el cuerpo evidenciaba que llevaba muerta días… Y prosiguió el Inspector- Ha sido asesinada. Pobre mujer.- Otra cosa evidente si se tiene en cuenta que apareció envuelta en una bolsa de basura industrial entre los matorrales, pensó la becaria. Mantenía la boca cerrada, pero por dentro estaba flipando (¿de dónde ha salido este señor?)
-Aquí ya no podemos hacer nada. Fernández, lleven el cadáver al depósito. Este caso ya está resuelto.
-Pero… Inspector –dijo la becaria- ¿no piensa tomar muestras del cadáver? ¿No va a investigar?
-¿Por qué íbamos a hacer tal cosa?-repuso el Inspector- Ya tenemos al culpable, el chico de la gasolinera. El muy idiota dejó una nota junto al cuerpo de su puño y letra: “la maté porque era mía” ¿Cuántas pruebas más necesita?
-Pero… pero… no sé, contrastar muestras de ADN, estudiar más a fondo y poder determinar exactamente qué ocurrió. Además el acusado se declara inocente. Aunque reconoce que la letra es suya, no recuerda haber escrito esa nota. Vamos, digo yo… pruebas, no sé.
-Mira chiquilla, este sitio es muy pequeño y nos conocemos todos. No necesitamos todas esas “pruebas” ni que vengan de un laboratorio a ventilar los trapitos de nuestra comunidad. Aquí nos bastamos y nos sobramos. Siempre ha sido así y así seguirá siendo. No es momento ahora de que una becaria con aires de grandeza nos diga cómo debemos hacer las cosas. Fernández, proceda como le he dicho. Mañana celebraremos el funeral y dejaremos que Juani descanse en paz.
Claudia, la becaria, no dijo nada más. Al anochecer consiguió, no sin poco esfuerzo, y valiéndose de sus mejores dotes femeninas, convencer al celador del depósito para que la dejara a solas con el cadáver  el tiempo suficiente para tomar unas muestras de la boca y de la mugre que tenía la mujer bajo las uñas. Lo tuvo que llevar ella misma al laboratorio después de tontear y dejarse invitar a algunas cervezas por el propio celador, quien no tuvo ningún problema en cerrar el depósito y abandonar su puesto de trabajo a tal efecto. Con la excusa de un terrible dolor de cabeza y de tener que madrugar al día siguiente consiguió huir del antro donde se encontraba y de las manazas que la retenían. Tuvo que conducir durante dos horas para llegar a la capital, donde esperaban su llegada. Solicitó discreción a Juanjo, su amigo del laboratorio quien, a su vez, suspiraba por los huesitos de Claudia, aunque nunca se lo diría. Prometió, como favor especial, quedarse esa noche analizando las muestras y llamarla por la mañana con los resultados.
El funeral se celebró en un ambiente triste y decadente. Poca gente acudió, pues había en el pueblo mucha gente que simpatizaba con el presunto asesino y  apoyaba su inocencia. Nadie podía creer que el bueno de Antonio fuera capaz de una atrocidad así, cuando además, todo el mundo sabía que adoraba a Juani. Iban a casarse…El teléfono de Claudia vibró en su bolsillo y se retiró del grupo para contestar. Era Juanjo.
-Tengo los resultados. Me ha costado bastante, porque bajo las uñas la chica tenía tierra mezclada con la sangre y te tenido que separarlos. Pero tengo información interesante…
Claudia se aproximó al Inspector y le susurró que tenía información importante que contarle. El Inspector, con un gesto de su mano, le dio a entender que hablarían una  vez finalizado el funeral, que se alargó todavía media hora, tiempo que a Claudia se le hizo eterno. El Inspector entonces le sugirió que caminaran mientras hablaban, para alejarse del grupo que se había congregado junto a la tumba.
-Inspector, tengo pruebas de que Antonio no ha matado a la mujer. El ADN de las muestras no coincide con el suyo. Está claro que no fue él. Y tengo un dato relevante para dar con el asesino: su grupo sanguíneo es muy poco frecuente, con lo que sería fácil dar con él. Por lo visto la chica luchó lo que pudo contra su agresor y le arañó repetidamente, el asesino todavía debe tener marcas en sus brazos, o por el cuerpo…
De repente el Inspector se detuvo. Habían caminado a buen paso y se encontraban en un claro del bosque, alejado del pueblo. Apuntaba a Claudia con su pistola.
-¡Qué lástima! Parecía usted una chica inteligente. Hubiera llegado lejos en su carrera.
Por debajo de los puños de la camisa de Olmedo, Claudia acertó a ver unos arañazos asomando.

La mancha - Antonio


La sangre llenaba toda la parte central de la figura humana perfilada por la cinta blanca en el suelo de baldosa marrón con aspecto centenario. El color rojo inicial se había convertido en una mancha oscura y seca, casi negra, envejecida como el suelo. Dentro del conjunto perfectamente estudiado del gran salón de la casa, en el que ningún objeto o espacio escapaba a la combinación de blanco con tonos marrones envejecidos, la mancha parecía una parte más de la decoración. Macabramente bello pensó el inspector Cándido Cambados, en cuclillas a uno de los lados del perfil.
-Inspector, el forense dice que la sangre debe de llevar aquí unas veinte horas,  entre las tres y las seis de la tarde de ayer.
            Hace sólo unas horas la mancha era aún un charco estridente, rojizo y húmedo, aún bajo el peso de un cuerpo que ahora ya no estaba.
            -¿Qué dice el guarda de la finca?
            -Lo han ido a buscar al pueblo, ni siquiera ha estado en la finca este fin de semana. Dice que no sabe nada.
-¿Qué quiere que diga, si ni siquiera tenemos un cuerpo? ¿Quién coño habrá entrado aquí, asesinado y perfilado con cinta un cuerpo alrededor de la puta mancha? ¿Seguro que es sangre humana?
            -Eso parece. Entre tres y cuatro litros, según el forense.
            -Agente Baró, deje de hablar del forense como si no lo conociese de nada, coño. Diga el Sr. Ares o Manuel, como prefiera, o es que en los años que lleva casada con él no ha tomado aún la suficiente confianza.
            Joder, pensó. Esa era una de las cosas que más le jodía de este trabajo, la burbuja de corrección, prudencia y aséptica coreografía en que se convertía la escena del crimen. ¿Hay algo más cotidiano que la muerte? ¿No bastaba con saber que había otro asesino suelto para celebrar poder estar vivos?
            -Agente Baró, ¿sabemos ya algo de la llamada anónima que ha avisado?
            -Nada nuevo, fue hecha desde un móvil con tarjeta desechable, imposible de rastrear, en fin, hará falta tiempo, pero probablemente no sirva de mucho.
            Putas series de la tele, pensó el Inspector Cambados. ¿Dónde habían quedado aquellas llamadas desde una cabina, o simplemente callarse hasta que alguien descubriese el cadáver? Ahora los asesinos además querían ser famosos. Porqué coño llevarse el cuerpo.
            -¿Han encontrado los agentes algo en los alrededores?
            -Nada reseñable, ni nada que parezca fuera de sitio. Ninguna de las entradas está forzada. El almacén de las herramientas estaba cerrado y según el guarda no falta nada. Igual que en la casa.
            -¿Y los señores de la casa?
            -Viven en Madrid, sólo vienen durante algún puente o en vacaciones de verano. Aseguran que nadie tiene la llave de la finca al margen del guarda.
            -Pues eso no ayuda mucho a ese pobre diablo. ¿Cómo se llama? ¿Eugenio?- Hay nombres que marcan, pensó. – ¿Está por aquí?
            La agente Angela Baró con un gesto afirmó y señaló hacia el jardín de la entrada de la casa. Cándido miró y vio a un hombre bajo, robusto, con el rostro ajado por el sol y el pelo gris.
            El inspector Cambados se acercó al guarda. El tipo temblaba como una pluma al viento. Podía ser un hombre simple de campo o podía ser culpable. Pero al olfato de viejo policía, parecía más lo primero que lo segundo.
-Don Eugenio, sólo una última pregunta. ¿Aparte de los señores, quién más vendría por aquí? ¿No sé, amigos, familia?
-No suele venir nadie. Hace años venía un hijo suyo. Pero hace como diez años que no se habla con ellos.
-¿Un hijo? ¿Quién es el hijo?
-A ver cómo le digo. Para mí es el señorito Rafael, pero creo que ahora es artista y tiene otro nombre. No recuerdo, es complicado para mí, hace años que los señores no hablan de él. Ha salido alguna vez en la tele, haciendo cosas raras. No sé, yo es que no entiendo mucho de eso.
-Agente Baró, ¿sabía que los señores tienen un hijo?
-Sí, claro, es muy conocido. Es el artista visual  éste que hace arte efímero, ¿cómo se llama su proyecto? Ah sí, La Mancha Humana.
            -¿Con quién ha hablado de los señores de la casa?
            -Con la Señora Villacantos.
            -¿Y el señor, ha hablado con él?
            -No, no he podido, había viajado a visitar a su hijo.
            Me cago en la puta pensó el inspector Cambados.

El caso Yakaris - Cristina


Gozilla apareció muerto en la entrada de la escalera B. La noticia corrió como la pólvora entre la comunidad. Sí, el pequeño Gozilla era muy querido entre todos los vecinos. A pesar de que la comunidad prohibía tener mascotas a estos, él estableció su residencia repartida entre todos ellos.
El inspector Yakaris no salia de su asombro. Había recibido varias llamadas que aseguraban que se había cometido un asesinato en Pembridge Road y allí el único cadaver era un yorkshire. Siguiendo con la investigación intentó establecer quién era el propietario y ese punto fue desesperante, ninguno lo era y lo eran todos. El Sr. Smith ,vecino de la comunidad , propuso hablar con la Sra. Jones ya que el animal se encontraba cerca de su puerta y tal vez ella hubiera escuchado algo que diera luz al caso. Al llegar a la puerta de la Sra. Jones esta se abrió de par en par y vieron a la Sra. Jones tumbada en el suelo. El inspector los aparto y constató que esta había pasado a mejor vida. Junto al cadáver de la Sra. Jones el inspector Yakaris encontró un frasco vacío, un plato roto y restos de comida para perros. Bien señores, mucho me temo que el chucho ha sido envenenado y la Sra. Jones también, ahora sólo nos queda averiguar que sustancia se encontraba en el frasco y quién ha sido el causante de estos asesinatos. Les pido que colaboren y tengan paciencia. Mañana realizaran la autopsia y sabremos a que atenernos.
A la mañana siguiente el inspector Yakaris convocó a todos los vecinos. Bueno señores ya tenemos el resultado de las autopsias. El chucho murió por una necrosis hepática. ¿Por una qué? Pregunto el Sr. Smith. Hablando claro, por un consumo excesivo de paracetamol, dijo el inspector Yakaris. La investigación nos lleva a sospechar que la Sra. Jones intentó tomar un paracetamol para aliviar su jaqueca diaria y en ese preciso instante le sobrevino un paro cardíaco ,el frasco cayo al suelo y como la puerta debía estar abierta ya que ese día le tocaba dar de comer al perro, de ahí el plato roto con los restos de comida, este entro e involuntariamente trago 300 miligramos de paracetamol produciéndole la muerte en segundos. Por lo tanto, damos por cerrado el caso.

Una pregunta si me permiten, ¿porque Gozilla a un yorkshire? La mirada de la comunidad casi le fulmina, entonces el Sr. Smith dijo ¿y porque Yakaris a un inspector? Todos se fueron a sus casas maldiciendo al inspector Yakaris mientras este se dirigía a su vehículo mascullando para si mismo, odio a los perros.

El asesino de la avispa - Anahi

     Me sentía encerrado en una antigua novela policiaca, una de la que es imposible escapar, otra vez allí, de pie, con el impermeable chorreando agua en la escena del crimen, otra casa, otra victima, pero la misma sensación de impotencia ente la macabra obra del asesino de la avispa asiática. Mi victima numero 20. Esta me duele más que la otras, me juré que no dejaría que ocurriera otra vez, lo peor es que este juramento ya lo he hecho 19 veces . Ya no hay euforia de encontrar una pista nueva, esa extraña emoción que golpea el corazón y lo insufla con renovadas energías. Hoy por primera vez no quería llegar. Como si evitarlo, lo hiciera irreal.
    Aparque el coche  a 100 metros del domicilio, necesitaba caminar antes de enfrentarme nuevamente al horror, la lluvia fría me chorreaba por el ala del sombrero y se veía através de las luces de las farolas de este  barrio céntrico. La avista asiática era su firma. Siempre dejaba una en la palma de la mano derecha de la victima. Siempre una mujer joven, de alrededor de 30 años, soltera, sin ninguna relación formal.
    Desde el primer caso, odio las avispas pero estas son peores, se alimentan de abejas, les arrancan las cabezas y se llevan los cuerpos para alimentarse. 30 avispas pueden asesinar 30.000 abejas en tres horas. Se quedan planeando casi inmóviles en las puertas de las colmenas, desafiantes, letales . No tienen piedad.
    Al entrar por la puerta descolorida marrón mi compañera que lo lleva francamente mejor que yo me mira  emocionada y me informa,
-    Es ese maldito otra vez. María Rodríguez 32 años soltera, fotógrafa. Se preparaba para viajar a Rumania ese fin de semana por trabajo, nos llamó su editor. Es ese que mira por la ventana, le ha visto. Dice que vino a por María para irse juntos al aeropuerto pero que ella no lo sabía.
    Miro al rincón y veo un hombre blanco de mi edad, con la cabeza gacha y el espinazo encogido. Junto a un policía que le toma declaración, pienso…otra victima que no volverá a dormir en paz.
    Ya han llegado todos, técnicos, enfermeros, y el forense se encuentra agachado junto a la victima. Delicadamente colocada, tan bella, tan joven. En la mano derecha una avispa. Ni una gota de sangre. Pera esta vez es distinto, hay un testigo, le interrumpió, seguramente se dejó algo. Algo despertó nuevamente en mi corazón, lo volví hacer, cerré fuertemente los puños y me juré  que esta, esta, sería la ultima vez.

Cuaderno de bitácora: sesión 55


Domingo 10 de noviembre de 2013, seis de la tarde, reunión en Es Pou de s'Hereva. Asistimos a la sesión: Pau, Paco, Anahi, Rocio, Silvia, Guillermo, Cristina, Antonio y Romanie. David asiste como oyente.

Ejercicio: Hemos de escribir un texto con temática policíaca.

- Lecturas compartidas:
  • Remedios Varo:  "Catálogo razonado"
  • Ben Clark: "Decálogo para escribir poesía"
  • Chester Hymes: Relatos cortos
  • Luis Mateo Díez: "Los males menores (microrrelatos)"
  • Elias Canetti: "El corazón secreto del reloj"
- Película:
  • "El curandero místico", basada en el libro "El sanador místico" de V.S. Naipaul

El hombre frente a los Tanques de Tiananmen - Guillermo








Este hombre tiene un nombre, pero aún permanece desconocido.

Se dice lo fusilaron días después de la revueltas. Otros afirman que está vivo,

y reside en algún lugar de la China continental.



Los tanques entraban a Pekín, pretendían reprimir violentamente las protestas democráticas contra el gobierno. Miles de estudiantes, obreros e intelectuales marcharon exigiendo reformas de la libertad de expresión y diálogo entre las autoridades del gobierno y los representantes de organizaciones estudiantiles y obreras.

El lamentable desenlace lo conocemos todos: un baño de sangre y fuego del que aún se desconoce el número exacto de víctimas.



El hombre de la camisa blanca se detuvo frente a la columna de tanques.

Portaba sendas bolsas, una en cada mano. Estos disminuyen su marcha, el tanque en cabeza intenta sortearlo sin resultado, el hombre se interpone en su camino repetidamente. Se detiene toda la columna, el hombre sube al primer tanque y sostiene una conversación con el conductor. Luego baja del mismo y vuelve a interrumpir el paso de la columna. El hombre de la camisa blanca agita continuamente sus bolsas.

Varias personas ingresan a la vía para coger y llevarse al hombre entre la multitud

agolpada en la plaza.



No sabremos nunca

Lo que el hombre de la camisa blanca

llevaba en sus bolsas

 –aunque apuesto que su vida–



No sabremos nunca

lo que se dijeron con el conductor del tanque

–aunque tenemos la certeza de que el militar habló con miles–

Impacto de una noticia - Guillermo


















Foto extraída Diario El País Semanal, de fecha 24 de Marzo de 2013, sobre artículo
‘Mercancías perecederas’, de Juan José Millás.



Tan solo lo que ven, estas frágiles y cuatro paredes de cartón.

Maravillosas mujeres de manos curtidas al sol tejieron esta divertida manta.

Duermo acurrucado en la noche africana. Nunca he sabido que es más duro:

si el implacable calor sobre el chamizo de este orfanato, o la gélida noche,

en la que todavía resuenan en el horizonte los ecos de algún fusil.



Hoy desperté de un mal sueño. La cuna vecina estaba vacía, tampoco estaba su manta.

Suelo jugar poco con mis compañeros. Ellos luego desaparecen.

Hay un momento del día, en que el salón queda desierto, las mujeres nos preparan

leche templada y regresan a sus hogares a cuidar de los hijos.



Me acostumbro al silencio.

Esperaré a mi nuevo compañero.

O quizás, a mis futuros padres.√

Elogio a la mala leche - Rozio

Me llamo Javier y nací en el país de la mala leche. Cada mañana me levanto y golpeo el despertador con rabia. El 50 % del presupuesto de un malalé se va en este objeto. Total, la comida casi siempre está sosa, el arroz pasado y básicamente, digámoslo: está mala y la dejamos sin tocar en el plato. Algunos ciudadanos notables, incluso tiran éste al suelo, pero sólo se lo pueden permitir los verdaderamente ricos.

La atmósfera negativa que emana nuestro hogar, hace que llueva casi siempre que sales de casa, pero no está bien visto lanzar improperios, sino sólo ejecutar un fuerte chasquido. Esto se aprende desde pequeños. Ahora bien, debido a la abundancia de charcos, siempre te salpica algún coche en la calle, y aquí si que puedes explayarte y largar unos cuantos insultos y gritos, que serán apropiadamente respondidos bien por el conductor o bien con el claxon. Así, nadie puede oírse por la calle y puedes caminar bien cabreado.

En el trabajo, la gente asciende según su capacidad de amargar el día a los compañeros, y los más agradables y bruscos son seleccionados para los puestos de atención a l público. Así, nadie sale de ningún comercio sin haber agriado el humor a cualquiera.

Casi siempre llegamos a casa cansados y con hambre, lo que propicia que el ambiente sea bastante desagradable. Yo he tenido suerte, y he encontrado a una mujer que discute por cualquier cosa y somos bastante infelices. Nos gusta salir los sábados, como todo el mundo, a los lugares más abarrotados donde todo el mundo te cae mal. Ahora vamos a "Mala puñalá te den". Ahí ponen una película o hacen conciertos, pero todo el mundo habla y apenas puedes seguirlos y al volver puedes ir criticando a los de al lado.

En fin, puedo presumir de ser un ciudadano bastante normal. Me despediré con un sincero: que os den a todos y aunque no pienso disculparme por el tono cordial de la carta, debo decir que hoy no tengo el día.

La traición - Cristina


Vendí mi alma al peor postor

por una noche de alcoba y un plato caliente.

Sí, mis labios amoratados sucumbieron a su encanto

me prometió prestigio y dinero

pero ellos jamás llegaron.

Y ahora soy su esclavo

le sirvo palabras de quién fue poeta en otro tiempo

palabras muertas que ya no siento

quisiera huir hacia el frío de la noche

y así poder recuperar mis versos,

pero la morada en que habito

es más fuerte que mi anhelo.

Traicione mi vida en una gélida noche de invierno.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La traición - Silvia


¿Cómo se puede vivir tras haber sufrido una traición? Estas cuatro paredes frías, éste habitáculo oscuro que solo tiene una pequeña ventana enrejada a un minúsculo patio interior, me recuerda cada día que hay alguien ahí fuera que nunca me quiso bien. Pero no se limitó a eso, se dedicó a tejer una trama a mi alrededor con el único propósito de acabar conmigo, de saberme pudriéndome en esta prisión. ¿Cómo se puede ser tan mala persona? Y peor aún, ¿Cómo pude caer en su red? ¿Cómo pude ser tan idiota y no sospechar en ningún momento?
Si algo se puede hacer en este lugar, donde el día no se diferencia de la noche, es pensar. Pensar, darle vueltas al coco, hasta volverse loco. Suponer, imaginar, llegar a conclusiones que no sabrás jamás si son ciertas o meras suposiciones. Los hechos que creías ciertos se mezclan con los imaginados y los supuestos hasta llegar a un punto en que ya no distingues, ya no sabes qué piensas, los recuerdos se mutan, se modelan según nuevos patrones imaginados repetidamente y la razón se escapa, se fuga por minúsculas fisuras abiertas en el cerebro.
De una cosa estoy seguro. La traición duele. Duele mucho. Es una herida que no se cura jamás. Cuando me detuvo la policía, con una bolsa colgada al hombro llena de billetes y las manos manchadas de sangre, solo sentía el abandono. Mientras me juzgaban y condenaban solo me importaba el engaño. Desde que me encerraron en esta celda solo pienso en la traición, intentando desvelar unos motivos que no acierto a encontrar. Solo se me ocurre la maldad en sí. Me parece macabro que alguien disfrute del mal ajeno, pero no llego a otra conclusión.
Ahora, en mis recuerdos mutados, veo maldad en su mirada, un brillo extraño. Siento mentira en sus palabras, silencios injustificados. Percibo perversión en su sonrisa, un triste escaparate. Desde que nos conocimos estuvo jugando conmigo, me manipuló a su antojo y yo caí en su red, me dejé mecer en su telaraña.
Planeamos el golpe juntos, aparentemente, claro. Cada detalle estaba controlado. El riesgo era mínimo y el beneficio máximo. Parecía perfecto. Después desapareceríamos una temporada de circulación, hasta que se hubieran olvidado de nosotros.
Ni siquiera tuvo la delicadeza de cortar la comunicación conmigo mientras llamaba a la policía. Entretanto yo, incrédulo, veía como se desangraba aquel hombre. No se llevó el dinero. Solo la satisfacción de destrozarme la vida.
Me dijo que las balas eran de fogueo y yo me lo creí.
Me dijo que me esperaría en la puerta trasera con el motor en marcha y yo me lo creí.
Me dijo, varias veces, que me amaba y yo, idiota de mí, me lo creí.

La traición - Antonio


Lo supo desde el momento en que en el mostrador de facturación, la mujer de la compañía aérea que le atendía le preguntó dos veces si estaba seguro de no tener nada que declarar y de sólo tener como equipaje una bolsa de mano. Podría haber pensado en el exceso de celo de la operaria, la intención de hacer un trabajo impecable, no querer dejar nada a la interpretación del pasajero. Pero no estaba en la posición de utilizar argumentos superfluos. A medida que se alejaba del mostrador, vio como la misma operaria descolgaba el teléfono y hablaba con alguien al otro lado, mientras la larga cola de pasajeros continuaba esperando.
¿Qué hacer ahora? No había muchas opciones. La de seguir adelante parecía la menos suicida de todas. Se tenía que arriesgar. Salir del aeropuerto estaba fuera de discusión, en un espacio menos controlable que estas instalaciones podía estar totalmente vendido.
Debía intentar por todos los medios pasar el control de pasajeros.
Subió a la segunda planta, camino del control se paró en uno de los cafés que situados en medio de los anchos pasillos del aeropuerto pretenden simular la normalidad de una terraza  cualquiera de la ciudad. Pequeñas islas en el mar vacío de suelos de mármol. Allí espero diez minutos. Había llegado un par de minutos antes de la hora convenida, y aún así espero tranquilamente mientras acababa de saborear su macchiato. No apareció nadie. La consigna era clara, llegaremos por separado, nos encontraremos en el café Venecia de la segunda planta. De ahí al control de pasajeros.
Apuró el último sorbo y se dirigió a la cola frente a los detectores de metal y la policía de aduanas. Había aprendido a no mostrar nerviosismo a pesar de que las circunstancias fuesen adversas. Entrenamiento militar de élite, algo que había quedado en el olvido de treinta años atrás, pero que se le había pegado a la piel como un tatuaje. Desde su uno noventa pudo ver cómo uno de los guardias de aduana se acercaba hacia él y le sacaba de la cola. En un aparte, rodeado por tres policías y dos militares, era cacheado, su bolsa de viaje registrada en busca de compartimentos secretos. De ahí lo condujeron a una habitación en la que le preguntaron sobre unos documentos secretos oficiales con los planos de un edificio gubernamental. Todo demasiado dirigido y concreto como para ser casual. Notaba la desesperación de su interrogadores, esperando una confesión de plano al no encontrar ninguna prueba entre sus pertenencias. Al cabo de una hora no tuvieron más remedio que dejarle marchar.
Un guardia le acompañó a la puerta de embarque del vuelo a Roma, dónde vio la cara de sorpresa de sus socios en el robo de los documentos, que no esperaban volver a verlo. Los miró sin desafío, hacía tiempo que sabía que el silencio es más amenazante que los accesos de rabia incontrolados. Se giro hacia el guardia y le tendió su tarjeta de embarque, disculpe, mi vuelo no es éste, sino el que se dirige a Madrid. El agente comprobó la tarjeta y continuó su escolta hasta la puerta 19 de vuelos internacionales.
En el asiento 13A del avión, Tobías Coll, se acomodó las gafas para leer un pequeño papel que había sacado del pliegue de una de las mangas de su chaqueta. Era un envío de correo certificado a nombre de Catalina Louise Campistrou, su madre fallecida, y una de las pocas personas en este mundo que jamás le había traicionado.

La traición - Rozio


Se detuvo un momento antes de salir al camino. Encendió un cigarro, más por necesidad de llenar el momento que por deseo de fumárselo. Tosió con el humo. Ni siquiera eso le pasaba a través del nudo de su garganta. Se iba para no volver. Este camino era de ida sin vuelta. Había aprendido que el premio de los traidores era quedarse solos. Entre calada y calada repasó su decisión: No fui capaz de verlo a tiempo. Mientras se gestaba el proyecto, no fue difícil pasar desapercibido. Todos aplaudían y admiraban a los imponentes líderes. Gente con carisma innato y poseedores del don de la convicción propia y ajena. Y nadie se percató de mi presencia: la comadreja en la esquina de la mesa. Ahí, callado, taciturno e insignificante, me relamía instalado en el segundo plano y pensaba en lo importante que sería cuando todos descubrieran que era yo en el fondo la pieza clave del grupo. De su estrepitoso fracaso. Nadie ni nada me había advertido de la derrota que sientes al traicionar. Quien actúa miserablemente en un momento clave, cuando se mira al espejo, ve al cobarde que fue y volverá a ser. Ya nada es lo mismo. La debilidad aparece como algo humillantemente sencillo. Y de ahí nace la vergüenza. Cada esquina parece recordarme implacablemente lo decepcionante que ha resultado la búsqueda de "lo mejor para mi". Debo marcharme, huir. Hoy de este lugar, mañana ¿quien sabe? No es la traición quien me persigue, sino la derrota de haber cedido tan fácil ante ella.

El juego - Anahi


Encontrábanse tres grandes amigos a la sombra de un antiguo olivo en la Grecia del año 327 A.c. grandes amigos eran Teofrasto de Jenovades y Jenovades  de Anaximedes. Y Anaximdedes de Teofrasto. Para que el equilibrio fuera justo  así fuesen los tres, amigos por igual.
Jóvenes he ilusionados de vivir en época tan moderna donde poder platicar de las cosas bajo majestuoso olivo sin peligrar la vida de nadie, mientras debatían grandes cuestiones de la vida mundana, porque también eran grandes cuestiones, las del mundo.
Propongo un juego!!! Dijo dando un brinco Teofrasto que siempre necesitaba de emociones. Sus amigos le miraron intrigados, con la ingenuidad que solo la juventud  besa a los neófitos en los ojos en sus primeros años.
Propongo inventar una palabra y ver cuan lejos llega.
Urra!!!! gritaron Jenovades y Anaximedes
Que palabras propones?
Teofrasto frunció el seño mientras se rascaba un codo murmurando…taron… tracon,tricon,traicion…
TRAICION!! la gritare en el mercado esta tarde mientra empujo a alguno de ustedes al suelo. Y me marcho disgustado.
Urra volvieron a gritar sus amigos y mientras celebraban el ingenioso juego.
Jenovades, pregunto..
Pero que puede significar? Y Teofrasto respondió!! Que importancia tiene, es solo un juego!

Cuaderno de bitácora: sesión 54

Domingo 20 de octubre de 2013, seis de la tarde, reunión en Can Liliput. Asistimos a la sesión: Pau, Paco, Anahi, Rocio, Silvia, Guillermo, Cristina, Antonio. Una segunda Silvia asiste como invitada. 

Compartimos los textos del blog del grupo134 de Antonio.

Ejercicio: Hemos de escribir un texto a partir del tema de "la traición".

- Lecturas compartidas:
  • Antonio: "La noticia"
    •  http://elgrupociento34.blogspot.com.es/2013/08/la-noticia-antonio.html