La sangre llenaba toda la parte central de la figura humana
perfilada por la cinta blanca en el suelo de baldosa marrón con aspecto
centenario. El color rojo inicial se había convertido en una mancha oscura y
seca, casi negra, envejecida como el suelo. Dentro del conjunto perfectamente
estudiado del gran salón de la casa, en el que ningún objeto o espacio escapaba
a la combinación de blanco con tonos marrones envejecidos, la mancha parecía
una parte más de la decoración. Macabramente bello pensó el inspector Cándido Cambados,
en cuclillas a uno de los lados del perfil.
-Inspector, el forense dice que la sangre debe de llevar
aquí unas veinte horas, entre las tres y
las seis de la tarde de ayer.
Hace sólo unas horas la mancha era aún
un charco estridente, rojizo y húmedo, aún bajo el peso de un cuerpo que ahora
ya no estaba.
-¿Qué dice el guarda de la finca?
-Lo han ido a buscar al pueblo, ni
siquiera ha estado en la finca este fin de semana. Dice que no sabe nada.
-¿Qué quiere que diga, si ni siquiera tenemos un cuerpo? ¿Quién
coño habrá entrado aquí, asesinado y perfilado con cinta un cuerpo alrededor de
la puta mancha? ¿Seguro que es sangre humana?
-Eso parece. Entre tres y cuatro
litros, según el forense.
-Agente Baró, deje de hablar del
forense como si no lo conociese de nada, coño. Diga el Sr. Ares o Manuel, como
prefiera, o es que en los años que lleva casada con él no ha tomado aún la
suficiente confianza.
Joder, pensó. Esa era una de las
cosas que más le jodía de este trabajo, la burbuja de corrección, prudencia y
aséptica coreografía en que se convertía la escena del crimen. ¿Hay algo más cotidiano
que la muerte? ¿No bastaba con saber que había otro asesino suelto para
celebrar poder estar vivos?
-Agente Baró, ¿sabemos ya algo de la
llamada anónima que ha avisado?
-Nada nuevo, fue hecha desde un móvil
con tarjeta desechable, imposible de rastrear, en fin, hará falta tiempo, pero
probablemente no sirva de mucho.
Putas series de la tele, pensó el
Inspector Cambados. ¿Dónde habían quedado aquellas llamadas desde una cabina, o
simplemente callarse hasta que alguien descubriese el cadáver? Ahora los
asesinos además querían ser famosos. Porqué coño llevarse el cuerpo.
-¿Han encontrado los agentes algo en
los alrededores?
-Nada reseñable, ni nada que parezca
fuera de sitio. Ninguna de las entradas está forzada. El almacén de las
herramientas estaba cerrado y según el guarda no falta nada. Igual que en la
casa.
-¿Y los señores de la casa?
-Viven en Madrid, sólo vienen
durante algún puente o en vacaciones de verano. Aseguran que nadie tiene la
llave de la finca al margen del guarda.
-Pues eso no ayuda mucho a ese pobre
diablo. ¿Cómo se llama? ¿Eugenio?- Hay nombres que marcan, pensó. – ¿Está por
aquí?
La agente Angela Baró con un gesto
afirmó y señaló hacia el jardín de la entrada de la casa. Cándido miró y vio a
un hombre bajo, robusto, con el rostro ajado por el sol y el pelo gris.
El inspector Cambados se acercó al
guarda. El tipo temblaba como una pluma al viento. Podía ser un hombre simple
de campo o podía ser culpable. Pero al olfato de viejo policía, parecía más lo
primero que lo segundo.
-Don Eugenio, sólo una última pregunta. ¿Aparte de los señores,
quién más vendría por aquí? ¿No sé, amigos, familia?
-No suele venir nadie. Hace años venía un hijo suyo. Pero
hace como diez años que no se habla con ellos.
-¿Un hijo? ¿Quién es el hijo?
-A ver cómo le digo. Para mí es el señorito Rafael, pero
creo que ahora es artista y tiene otro nombre. No recuerdo, es complicado para
mí, hace años que los señores no hablan de él. Ha salido alguna vez en la tele,
haciendo cosas raras. No sé, yo es que no entiendo mucho de eso.
-Agente Baró, ¿sabía que los señores tienen un hijo?
-Sí, claro, es muy conocido. Es el artista visual éste que hace arte efímero, ¿cómo se llama su
proyecto? Ah sí, La Mancha Humana.
-¿Con quién ha hablado de los señores
de la casa?
-Con la Señora Villacantos.
-¿Y el señor, ha hablado con él?
-No, no he podido, había viajado a
visitar a su hijo.
Me cago en la puta pensó el
inspector Cambados.
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