La investigación me llevó hasta el condado
de Morrigan. Viajé a una pequeña ciudad llamada Redink. Disponía de los datos
de una tienda de antigüedades de la que, presumiblemente, salió el arma
homicida: una vieja máquina de escribir.
Al principio me pareció otro caso de
asesinato con un móvil de robo o similar.
Teníamos a un escritor muerto a golpes en
su domicilio, dentro del cual no existían indicios de que el agresor/a hubiera
forzado alguna puerta o ventana para acceder a la vivienda. Además se
encontraron dinero y un reloj de oro en un cajón de su escritorio, la casa
tampoco estaba desordenada, por lo que el caso tomaba otras dimensiones. Según
los vecinos interrogados, el hombre no recibía visitas hacía mucho tiempo, no
se le conocían relaciones familiares y se le veía muy poco por la ciudad.
- Buenas tardes, soy el Inspector Burton,
sigo el caso del escritor encontrado muerto hace unos días.
- Ah, sí le conocía- respondió la
dependienta, una mujer de avanzada edad que regenteaba la tienda - Era un viejo cliente, solía venir de vez en
cuando, estoy tan apenada, ¿Quién le haría algo así?
La tienda estaba repleta de enceres y de
muebles. Se me hacía difícil moverme dentro de ella por sus pequeños pasillos
atiborrados de objetos sin sentir una sensación cercana a la claustrofobia. El
local estaba a media luz y de fondo sonaba en un antiguo gramófono la novena
sinfonía de Mahler.
Saqué de mi bolsillo la fotografía, - ¿Reconoce
está máquina de escribir?
- Sí claro, se la vendí yo al pobre señor
Penguin hace algún tiempo.
- ¿Está Ud. segura de ello? ¿Cómo puede
reconocerla?
- Venga, acompáñeme.
La
regenta me condujo hacia el escaparate de la tienda.
- Hace muchos años adquirí dos máquinas de
escribir en una subasta pública. Lo que pude saber acerca de ellas es que
pertenecieron a un escritora considerada maldita en su tiempo que se ahorcó en
el jardín de su casa. Otra trágica historia.
- Mire, aquí tenemos la otra, su hermana
gemela. Todavía no la hemos vendido.
Cuidadamente presentada sobre un paño de
seda rojo, lucía resplandeciente en el escaparate una máquina de escribir igual
al de la fotografía.
- Tengo una curiosidad acerca de las máquinas,
ninguna de las dos lleva impresas las letras correspondientes en sus teclas. ¿Qué
me dice al respecto?
- No podría aclararle nada, las he
subastado en este estado.
- Tampoco tenemos indicio de marca o
fabricante ¿Según su experiencia ha visto Ud. este tipo de máquina alguna vez?
No pude obtener más información de la señora.
Me iría de la tienda prácticamente a cero.
La regenta gentilmente me invitó a un té.
Mantuvimos una breve charla sobre arte.
Luego me despedí de la anciana con la
extraña certeza de que no volvería a verla. Cerré la puerta de la tienda, me
puse el sombrero y me disponía a partir cuando algo desvió mi atención hacía el
escaparate. Titilaba una tenue luz dentro del mismo. Me acerqué junto al
cristal y para mi asombro, vi como las teclas de la máquina se movían
acompasadas
por la música que provenía desde el
interior. La titilante luz se reflejaba de tal forma en la suave seda roja, que
por un momento pensé que estaba teniendo un trance, algún tipo de alucinación sugestionado por el desarrollo de toda la
investigación.
De repente, el movimiento de las teclas se
detuvo, la luz dejó de parpadear y se intensificó, la máquina comenzó
nuevamente con sus compases de letras, pero esta vez más lentamente. Las teclas
se pulsaban solas y a la vez se dibujaba cada letra en su tecla: ”S-E-R-Á-S E-L
S-I-G-U-I-E-N-T-E”.
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