martes, 10 de diciembre de 2013

La sinfonía - Guillermo


La investigación me llevó hasta el condado de Morrigan. Viajé a una pequeña ciudad llamada Redink. Disponía de los datos de una tienda de antigüedades de la que, presumiblemente, salió el arma homicida: una vieja máquina de escribir.
Al principio me pareció otro caso de asesinato con un móvil de robo o similar.
Teníamos a un escritor muerto a golpes en su domicilio, dentro del cual no existían indicios de que el agresor/a hubiera forzado alguna puerta o ventana para acceder a la vivienda. Además se encontraron dinero y un reloj de oro en un cajón de su escritorio, la casa tampoco estaba desordenada, por lo que el caso tomaba otras dimensiones. Según los vecinos interrogados, el hombre no recibía visitas hacía mucho tiempo, no se le conocían relaciones familiares y se le veía muy poco por la ciudad.
- Buenas tardes, soy el Inspector Burton, sigo el caso del escritor encontrado muerto hace unos días.
- Ah, sí le conocía- respondió la dependienta, una mujer de avanzada edad que regenteaba la tienda  - Era un viejo cliente, solía venir de vez en cuando, estoy tan apenada, ¿Quién le haría algo así?
La tienda estaba repleta de enceres y de muebles. Se me hacía difícil moverme dentro de ella por sus pequeños pasillos atiborrados de objetos sin sentir una sensación cercana a la claustrofobia. El local estaba a media luz y de fondo sonaba en un antiguo gramófono la novena sinfonía de Mahler.
Saqué de mi bolsillo la fotografía, - ¿Reconoce está máquina de escribir?
- Sí claro, se la vendí yo al pobre señor Penguin hace algún tiempo.
- ¿Está Ud. segura de ello? ¿Cómo puede reconocerla?
- Venga, acompáñeme.
 La regenta me condujo hacia el escaparate de la tienda.
- Hace muchos años adquirí dos máquinas de escribir en una subasta pública. Lo que pude saber acerca de ellas es que pertenecieron a un escritora considerada maldita en su tiempo que se ahorcó en el jardín de su casa. Otra trágica historia.
- Mire, aquí tenemos la otra, su hermana gemela. Todavía no la hemos vendido.
Cuidadamente presentada sobre un paño de seda rojo, lucía resplandeciente en el escaparate una máquina de escribir igual al de la fotografía.
- Tengo una curiosidad acerca de las máquinas, ninguna de las dos lleva impresas las letras correspondientes en sus teclas. ¿Qué me dice al respecto?
- No podría aclararle nada, las he subastado en este estado.  
- Tampoco tenemos indicio de marca o fabricante ¿Según su experiencia ha visto Ud. este tipo de máquina alguna vez?
No pude obtener más información de la señora. Me iría de la tienda prácticamente a cero.
La regenta gentilmente me invitó a un té. Mantuvimos una breve charla sobre arte.
Luego me despedí de la anciana con la extraña certeza de que no volvería a verla. Cerré la puerta de la tienda, me puse el sombrero y me disponía a partir cuando algo desvió mi atención hacía el escaparate. Titilaba una tenue luz dentro del mismo. Me acerqué junto al cristal y para mi asombro, vi como las teclas de la máquina se movían acompasadas
por la música que provenía desde el interior. La titilante luz se reflejaba de tal forma en la suave seda roja, que por un momento pensé que estaba teniendo un trance, algún tipo de alucinación  sugestionado por el desarrollo de toda la investigación.
De repente, el movimiento de las teclas se detuvo, la luz dejó de parpadear y se intensificó, la máquina comenzó nuevamente con sus compases de letras, pero esta vez más lentamente. Las teclas se pulsaban solas y a la vez se dibujaba cada letra en su tecla: ”S-E-R-Á-S  E-L  S-I-G-U-I-E-N-T-E”.

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