lunes, 25 de noviembre de 2013

La traición - Rozio


Se detuvo un momento antes de salir al camino. Encendió un cigarro, más por necesidad de llenar el momento que por deseo de fumárselo. Tosió con el humo. Ni siquiera eso le pasaba a través del nudo de su garganta. Se iba para no volver. Este camino era de ida sin vuelta. Había aprendido que el premio de los traidores era quedarse solos. Entre calada y calada repasó su decisión: No fui capaz de verlo a tiempo. Mientras se gestaba el proyecto, no fue difícil pasar desapercibido. Todos aplaudían y admiraban a los imponentes líderes. Gente con carisma innato y poseedores del don de la convicción propia y ajena. Y nadie se percató de mi presencia: la comadreja en la esquina de la mesa. Ahí, callado, taciturno e insignificante, me relamía instalado en el segundo plano y pensaba en lo importante que sería cuando todos descubrieran que era yo en el fondo la pieza clave del grupo. De su estrepitoso fracaso. Nadie ni nada me había advertido de la derrota que sientes al traicionar. Quien actúa miserablemente en un momento clave, cuando se mira al espejo, ve al cobarde que fue y volverá a ser. Ya nada es lo mismo. La debilidad aparece como algo humillantemente sencillo. Y de ahí nace la vergüenza. Cada esquina parece recordarme implacablemente lo decepcionante que ha resultado la búsqueda de "lo mejor para mi". Debo marcharme, huir. Hoy de este lugar, mañana ¿quien sabe? No es la traición quien me persigue, sino la derrota de haber cedido tan fácil ante ella.

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