lunes, 25 de noviembre de 2013

Un campo ibicenco tras el verano - Rozio


Pasaron los tórridos días en los que el sol ardía y la tierra se apretaba.  Cayeron algunas lluvias, y aunque en algún momento el calor repite su asedio, la noche siempre trae el bálsamo de la frescura y el rocío. Un amanecer de otoño conduciendo, me percato de que al campo ibicenco le ha empezado a salir la pelusa de su futuro manto verde con el que se viste para el invierno. Paro un momento y observo el horizonte, definido por el rojo suelo, partido a terrones por le hierro de un arado y fragmentado por algarrobos dispersos y piedras ordenadas componiendo un muro. Esta podría ser mi escena, pero aún falta mucho.

Miles de seres de quitina viven en esta foto, minúsculos y apenas visibles. Algunas hormigas forman una obediente fila. En realidad, varias filas. Capturamos una abeja cruzando a ras de hierba hacia algún lugar donde parar un momento y seguir su vuelo. Bajo las hojas, mariposas nocturnas se camuflan durmiendo el día que llega. Una pata de escarabajo asoma por su túnel perforado en el tronco, mientras chupa la savia que llega de la tierra. Un gusano camina un rato fuera del subsuelo que excava a diario. Aparece un saltamontes tempranero que se expulsa los restos de la noche y limpia sus ojos al sol que ya calienta.

Siempre hay un mundo dentro de otro mundo. Bellezas ocultas e infinitas escenas.

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