(Anahi)
Lleva un par de meses
dedicándose a Morfeo, no es extraño ya que es invierno y es un gato. La ultima
en pisar el suelo frío por la mañana, y solo por máxima necesidad. Al escuchar
los ruidos matutinos de Antonio mueve una oreja
parabolicamente, ya sabe quien es y que esta haciendo, pero es bueno
confirmar. cuando escucha entrar los pesados pasos con prisa , medios dormidos
a la cocina y el sonido de la cafetera, recién
levanta la cabeza para dar señal de vida. Deshace el ovillo tibio y
peludo en el que se encuentra y rodando un poco sobre la espalda estira con
placer las patas arqueándose y conteniendo la respiración. Aun es de noche pero algo en su interior la hace sentarse chuparse
3 o 4 veces debajo del cuello, estirarse un poquito mas y dar un gran brinco
del sofá al suelo. Flexiona las patas traseras y estira las delanteras para
poner en orden la columna, luego estira hacia atrás una pata, inmediatamente la
otra porque corre prisa y se enrolla en los pies grandes que esperan con
insistencia un café perfumado y caliente. Es tanto el gusto que siente frotando
la cabeza por los zapatos que pierde el equilibrio y se cae al suelo. Con tanta
gracia, que parece un hecho aislado dejando la tripita bien a la vista, para la
sesión de caricias y arrumacos. Unas manos grandes la frotan con fuerza y le
tiran un poco de las orejas. Ya sabe que no es hora pero reclama un poco de
comidas sin conseguir nada de la nevera. Ya que está de pie aprovecha para
comer algunas croquetas y beber algo de agua fresca. Mira la caja con
piedrecillas pero prefiere esperar a que habrán la puerta y oler la hierva
fresca. Aun no,hace suficiente calor así que regresa a la manta para poder
limpiarse con cuidado. Es un trabajo arduo y diligente que extenderá a lo largo
del día.
(Rocio)
Aún no pienso. Hasta ahora todo ha sido
automático. Movimientos ensayados en la penumbra que se repiten con apenas
variaciones diarias. Unas veces son más lentos, otras, las menos, choco
inesperadamente con algún objeto debido a la desviación en apenas 3 centímetros
de mi habitual trayectoria.
De esta manera llego a la cocina y estimulado por
la plena luz artificial empiezo a componer las primeras sensaciones reales del
día: Maya me acaricia los pies y me hace sonreír al caerse al suelo. Se dirige
a su comida y yo a la mía. Con el café en la manos repaso los principales asuntos
del día. Apenas unos minutos más tarde, salgo al exterior donde una tenue luz
despista el día. Aún alcanzo a ver a Maya enfrascada en su propia limpieza. Me
gustaría quedarme con ella ¡Quien fuera gato!
Subo a la moto que espera resignada aguantando la
humedad de la noche. Tras ejecutar los movimientos que forman parte de la
coreografía de arranque, salgo airoso, pero apenas asomo al camino freno en
seco. El coche a mi izquierda no estaba previsto en el guión matutino. Tan sólo
resulta inesperado, sin rozar una situación de peligro, pero la sorpresa hace
que mi organismo se haya activado. La vecina y yo nos saludamos y aprovecho
para buscar sin encontrarlo un atisbo de crítica en sus ojos. Mejor. Lo último
que pienso antes de enfilar alerta la carretera es si Maya habrá levantado las
orejas
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