CAFÉ DE LA VIEJA PLAZA
(GUILLE)
Vuelvo al cafetín
de la vieja plaza.
Las fotografías
tapizaban sus paredes
con rostros
amarillos.
Detrás de cada
imagen, una historia diferente.
Se reunían la vida,
la desdicha y las horas felices.
La memoria es incierta:
el tiempo se
encarga de encubrirla.
La vieja máquina
del café silbaba
como el pitido
último de un barco a la deriva.
Un anciano meditaba
una pérdida
contenida dentro de
su vaso de ginebra.
El reloj oscilaba
su péndulo armónicamente
como el martillo de
un obrero
golpeando en la
conciencia de los días.
Fuera, los
estorninos disputaban un charco
a las primeras
gotas de lluvia del invierno.
He vuelto al Café
del que nunca me he ido.
Permanezco de
alguna manera en el silencio de su sala.
La soledad es tan
antigua como esta plaza.
Aunque menos terca
que el olvido.
(ROZIO)
Vuelvo a mirar las paredes cargadas
de vida
y siento que cada rostro me hace la
misma pregunta:
¿te vas o te quedas?
Cualquier respuesta me vuelve un
poco más amarillo.
Me acerqué a la barra cargando la
mochila llena de osadía.
Don Luis frotaba un vaso con un
trapo
como intentado ver el futuro en su
reflejo.
Por un instante, todo quedó quieto:
el reloj, la máquina y el viejo
golpeado y a la deriva.
Los estorninos, ajenos al encuentro,
siguieron bebiendo su invierno.
Uno no regresa hasta que es
reconocido.
La soledad se esquiva con un abrazo
al pasado,
aunque los sujetos ya no sean los
mismos.
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