Este cuerpo en el que
vivo tiene hábitos que a medida que envejece esculpen más el carácter que
manifiesta. Uno de aquellos hábitos más traicioneros es el de la prisa, el
querer aprovechar este tiempo valioso en mi paso por la vida terrenal. Si no
estoy haciendo cinco cosas a la vez siento que estoy perdiendo el tiempo. Llevo
años ya que observo este hábito e intento trabajar con él, reducir esa
productividad, disfrutar de los pequeños detalles y placeres de la vida.A veces
consigo aplacarlo y otras veces, cuando he bajado la guardia, este hábito que
es como un diablillo, que vuelve disfrazado de otro modo y me encuentro otra
vez reproduciendo el hábito. Es como un reloj que va adelantado, siempre
marcando la hora errónea, nunca en el presente, nunca en el aquí y el ahora.
De pronto cuando al
sufrir un pequeño accidente doméstico he acabado con mi mano derecha
inutilizable,he sentido como si me hubiera parado de golpe. Todas aquellas
cosas para las que normalmente me valía sola, se han convertido en un acontecimiento
y he de pedir ayuda. Me he quedado parada. Observo cómo pasa el tiempo desde
esta postura pasiva. Pienso, leo y duermo mucho, y en un par de instantes del
día recibo una sensación muy especial por la que siento mucha gratitud. Es como
sentirme llena por haber podido escuchar un pensamiento o reconocer un
sentimiento, que de otro modo hubiera pasado desapercibido y que para mí es un
tesoro. Ese par de instantes llenan de sentido este estado pasivo del que
normalmente huyo. Ahora es cuando pienso que puedo darle cuerda al reloj para
que de la hora correcta. Me recuerdo que el diablito de las prisas volverá
disfrazado, vete a saber de qué. Es inevitable, solo puedo observarlo, y
negociar con él.
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