miércoles, 3 de julio de 2013

El estanque - Cristina

Mientras me dirigía al coche un torrente de lagrimas cruzo mi cara, hacia tanto tiempo que no me llamaba por mi nombre.
Apenas nos vemos una vez cada dos semanas, mi casa se encuentra a 200 km de distancia, paso más tiempo en la carretera de camino a aquí que el tiempo que paso con él. Normalmente salimos al jardín, a él le gusta sentarse en un banco de madera que hay frente al estanque. Cuando le doy la bolsa de pan duro que he ido guardando a lo largo de la última semana, parece la persona más feliz del mundo.
Mientras yo le cuento mi vida diaria él rompe el pan en pedacitos y lo tira a los peces del  estanque, se queda absorto observando el remolino que se crea en torno a un pedazo de pan, a ratos me observa y muchas veces llego a pensar que escucha y entiende lo que le cuento y otras me parece el padre ausente que tan bien conozco. Muchas veces me pregunto si  merece la pena y hoy es de esos días que sin lugar a dudas  anteponen un si a un no.
No recuerdo cuando empezó todo, cuando dejó su memoria de funcionar, cuando olvidó mi existencia, la de todos, pero sobre todo, cuando olvidó la suya. Hoy después de varios años ha dicho mi nombre. Sí, su memoria es caprichosa y me regala momentos  como este.

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