viernes, 5 de julio de 2013

Prado del sur - Hassan Ahmar-Pau

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(Hassan Ahmar)  

   Bajó los escalones de madera del porche y se detuvo a contemplar los verdes prados. El sol de la mañana le deslumbraba. Se ajustó el sombrero de vaquero, respiró profundamente y empezó a andar hacia la carretera que cruzaba por delante de sus tierras, a una milla al sur de su granja aproximadamente. Vestía su ropa de trabajo, viejas botas, pantalón vaquero de tirantes y por debajo una camiseta blanca de algodón de manga larga. Herman era un hombre corpulento y alto, muy curtido a sus cincuenta y tres años. Había nacido en esa granja y siempre había trabajado la tierra, todos los días de su vida desde los doce años, excepto los domingos, día que reservaba para ir a la iglesia por la mañana y después de la comida del medio día para leer. Enviudó joven sin hijos y vivía con su padre, también viudo. El sol empezaba a calentar temprano en esas fechas y si no quería sudar la gota gorda tenía que espabilarse y hacer los recados antes de que subiera demasiado alto en el cielo. Llegó rápidamente a la carretera y tomó dirección este, hacia Fort Gambie, el pueblo más cercano. Tenía una hora de camino hasta llegar allí, pero confiaba en que no tardaría en pasar algún vecino que con su camioneta se dirigiera también al pueblo a cuidar algún asunto. Las cosechas estaban madurando en los campos y a medida que se iba levantando la brisa matinal empezaban a mecerse apaciblemente como un mar. Era una imagen que le reconfortaba y le alegraba el ánimo, por eso cuando a los pocos minutos Margaret detuvo su vehículo a su lado para ofrecerle un viaje se encontró a Herman con una sonrisa deslumbrante.
- Vaya Herman, debes tener buenas noticias, pareces muy feliz hoy. Sube.-
Herman abrió la pesada puerta oxidada y se sentó en el sillón de cuero desgastado al lado de Margaret. Era una mujer joven y hermosa. Estaba casada con Franck y tenían una buena granja varias millas al oeste de la suya.
- Gracias, iba a recoger mi camioneta al garaje de Mitch, el domingo pasado se rompió el cigüeñal y no tengo herramientas para cambiarlo.-
Margaret hizo una mueca de no entender.
- No, no es por la camioneta, estaba admirando los prados, eso me hace feliz.-
-Ah! Si, esta época del año es maravillosa.- respondió Margaret mientras engranaba la primera marcha y salían traqueteando hacia el pueblo.

 (Pau)
No habían recorrido muchos kilómetros cuando Herman tomó la decisión más trascendental de su vida. En esos pocos kilómetros, herman decidió que había llegado el momento de la batalla decisiva, aquella lid en la que se pone todo en juego. Habia decidido florecer a los 53 años. La vida no vale nada si no es para saber cuando ha llegado la primavera a tu flor, pensó.
"-Margaret, para el coche." "-Pero, Herman..." "-Para ahí, pasado el puente."
Cuando besaba lócamente a Margaret, los chopos, sobre ellos, bailaban furiósamente la música del viento entretejiéndose los unos con los otros.
Margaret, la niña de las coletas soñadas, siempre tan cerca, siempre tan lejos, a quien nunca pudo mirar sin un estremecimiento insistente. El sueño de labios  brillantes de mil noches de duermevela en la penumbra de su habitación de matrimonio falaz.
Disfrutó de la plenitud del momento, sabiendo que ese recuerdo le alimentaría el resto de sus días. Después del largo beso, se quedaron abrazados en silencio. Herman rogó que el tiempo se detuviera en esa burbuja del viejo Dodge. La brisa matinal arreciaba y las cosechas eran ahora un mar embravecido.
Herman supo que su vida había valido la pena.

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