sábado, 26 de abril de 2014

Momento congelado - Romanie

Una bouganvilla magenta y otra rosa viven abrazadas a la casa. Comparten el patio con kalanchoes y un viejo hibisco. Junto a ésta, hay unos escalones que unen la casa con un muro blanco. Al otro lado de este muro viven otras plantas, pero la que asoma al patio es la adelfa.
  El hibisco habla cada día con sus vecinas las bouganvillas. Negocian el espacio que cada una puede ocupar y la humedad que absorben. También se ayudan, a algunas horas del día una da refugio a la otra y viceversa. El hibisco también quiere acercarse a la adelfa. Se miran y hablan desde un extremo al otro de la escalera y el muro que las divide. La adelfa ve mucho más desde su ubicación. El hibisco lleva toda la vida en el patio. Le pregunta cómo es la vida al otro lado. Anhela sentir las brisas que tanto la hacen bailar pero reconoce que tienen constituciones distintas y aunque un día llegue a elevarse tanto para ver al otro lado y sentir las brisas del valle, nunca se moverá con tanta elegancia como ella.
   A la adelfa le gusta ese protagonismo que le da el hibisco y se crece tanto contando historias del otro lado, que a veces mezcla la fantasía con la verdad y se le escapan mentirijillas. Ahí es cuando la bouganvilla magenta que también ve al otro lado, le da un toque de atención, pero al hibisco le da igual que sea verdad o no, simplemente le encanta escuchar historias del más allá.
Abajo entre las rocas del patio,  se ha instalado un a familia de kalanchoes que levantan sus brazos al amanecer para recoger cada gota de rocío y refrescar su paciente existencia. Es una familia ahorradora. Viven con tan poco pero sin embargo, a raíz de aprovechar al máximo sus pocos recursos, cada año aumenta el número. Modestas y silenciosas pueden pasar desapercibidas.
  Hoy, entre las bouganvillas y el hibisco, acaban de florecer los azafranes. Son muy ruidosos y cantan mucho. Las demás plantas las aguantan porque son como un circo que llega a un pueblo, que trae color y entretenimiento, pero en seguida desaparecen. Son pasajeros y alegres. La familia de kalanchoes se los miran desde el otro lado del patio. El padre, el más grande, que está a un pasó más adelante que su familia, encuentra que los azafranes son infantiles y superficiales. Mirándolos, les explica a su familia que esa forma de ser no lleva a uno muy lejos. Compara su estabilidad y persistencia con la alegría pasajera de colores brillantes. Tanta intensidad para rápidamente morir.
Los azafranes hablan mucho. Muchísimo. Tanto, que no se escuchan entre sí. Solo si na empieza a entonar una canción, las demás le siguen en la melodía. Se ríen a carcajadas y vuelven a hablar. No oyen las críticas de los kalanchoes ni les importa, su existencia es tan breve que cada instante es alegría. Desde arriba, las bouganvillas y el hibisco las miran y sonríen. Por fin el hibisco tiene una historia que contarle a la adelfa, algo que no alcanza ver dentro de su patio.

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