martes, 4 de febrero de 2014

Objetos perdidos a lo largo de mi vida - Pau

8 peines
(ya no recuerdo cuando perdí el último, pero hace ya mucho, mucho tiempo.)
11 cepillos de dientes
7 pares de guantes
(que aún buscan mis manos)
76 bolígrafos
(ayer perdí uno)
4 navajas
1 cámara de fotos
(de las dos que he tenido)
Ningún paraguas
229 mecheros
(cifra que puede variar en cualquier momento)
85 gramos de hachís
(cifra que ya no variará)
43 libros
(entre ellos algunos muy queridos y muchos que he olvidado)
28 cintas de cassette
(muchas que ya ni reconocería como mías)
1 reloj
(que daba la hora de todo el globo, que fué de mi padre y que me dió cuando dejó de importarle el tiempo)
9334 pesetas
(sobre todo monedas)
142 euros
1 libreta moleskine llena de poesía
( que perdí en Bangkok; es lo más lejos que he ido a perder algo)
También he perdido:
14 amigos
7 novias
1 padre
3 tíos

Objeto perdido - Silvia

Hoy quisiera hablaros de un fenómeno paranormal que no por aislado y puntual deja de ser sorprendente. Se trata de los objetos perdidos durante las mudanzas, esos objetos que deciden desaparecer aprovechando el caos del traslado y que pueden permanecer en el limbo de los entes escondidos durante días, meses, o incluso para el resto de la eternidad.

    Seguro que sabéis a qué me refiero y lo habéis sufrido en silencio, cual grano en lugar incómodo, pensando que erais los únicos a los que les pasaban estas cosas. Ya podéis salir de la sombra, ahora que sabéis que se trata de un fenómeno que se repite en cada desplazamiento completo de las posesiones materiales de cualquier mortal de un domicilio a otro.

    Y es que resulta completamente ilógico, se escapa de la razón y del control. La cosa va así:  Introduzco el  objeto “a” en la caja “x”. Precinto la caja “x” con cinta de embalar. Traslado la caja “x”, precintada, al nuevo domicilio. Abro la caja “x” retirando la cinta de embalar y ...voilà! “a” ha desaparecido. Ya no está, magia borrás. Y yo me vuelvo loca, pues me recuerdo perfectamente introduciendo “a” en la caja “x”. Le doy vueltas y vueltas al asunto y, finalmente, me doy por vencida. Pero la duda queda para siempre.

    En una mudanza tenemos tres tipos de cajas, o elementos de embalaje:
-Cajas tipo 1: Aquello que embalas al principio, con antelación, para ir avanzando en la mudanza y que suele ser lo último que se desembala o, incluso, todavía está en las cajas cuando nos volvemos a mudar, osea, que podríamos tirar directamente a la basura, porque en realidad no lo necesitamos para nada.
-Cajas tipo 2: El grueso de la mudanza, cajas que se van llenando la última semana mientras sufrimos, progresivamente, la carencia de nuestras pertenencias guardadas (mamá, ¿dónde está mi quimono? Kiá!. Tu quimono, Kiá!, está en la caja 42 junto con tus calcetines, tu tutú de ballet i tus jerseis. Creo...)
-Cajas tipo 3: Las cajas del último día, horror de los horrores, pues aún quedan miles de cosas por embalar y ya están aquí los colegas y el camión.
    En las cajas tipo 1 no suelen perderse las cosas. Más que nada es que ya están perdidas y a nadie le importa. Las cosas se pierden en las cajas del tipo 2 y, sobretodo, en las del tipo 3. Aprovechan el estrés de última hora para camuflarse o volatilizarse.

    En mi última mudanza perdí dos objetos: el mando a distancia del disco duro multimedia, que estaba alojado en la base del aparato mediante unas pestañas de fijación, y, lo más sorprendente y que me ha motivado a escribir este texto, el silbato de la tetera. Todavía no salgo de mi asombro, porque me veo metiendo la tetera completa en la caja 94 el mismo día de la mudanza (osea caja tipo 3, ojo), junto con doscientas cosas más de la cocina. No lo he vuelto a ver, y lo añoro, pues ahora no me avisa cuando hierve el agua. En realidad el silbato no importa tanto, lo que importa es no poderle dar una explicación razonable,la magia, el “paranormalismo”.

    Haciendo un pequeño estudio de campo, he comprobado que hay personas que han perdido cosas impresionantes durante sus mudanzas. Una amiga perdió la sartén más grande que tenía y corren rumores de una pareja que perdió a su bebé. Buscaron y buscaron durante días, revolviendo todas las cajas, escuchándolas para percibir movimientos o llantos. Preguntaron a los amigos que les habían ayudado en el traslado, incluso invocaron a San Cucufato y nada, no aparecía. Al cabo de un par de semanas se dieron por vencidos y encargaron uno nuevo.

Objeto perdido - Romanie

Hace tiempo ya que lo perdí y todavía me encuentro a ratos dedicándole tiempo a repasar los hechos minuciosamente para intentar dar con el momento preciso en el que lo perdí. A veces incluso repasando otra vez en los lugares en los que estuve aquel día, buscando señales que me ayuden a recordar. Incluso me creo que lo voy a encontrar allí donde lo perdí. Sé que es una idea absurda, pero dentro de este estado, que ya se ha convertido en una especie de obsesión, casi cabe cualquier posibilidad.
Cuando llego a poder rescatar esa parte de lógica que aun funciona en mi cabeza sé que es imposible que lo vuelva a encontrar. Aun no me he perdonado por ese despiste. Es curioso como resulta que durante todos aquellos años en los que me acompañó nunca lo valoré tanto como ahora que ya no lo tengo. Esta es otra razón por la que me molesto .
En cuanto a la actividad automática e inútil que ejerce mi mente, hoy me he vuelto a encontrar fantaseando acerca de la nueva vida que podría llevar. Me imagino que la persona que lo recoge lo hace por inercia sin conocer su valor y lo mete en un cajón. Me entristece. Así que luego imagino que alguien que sí que lo valora, lo encuentra en ese cajón y se lo pide. Me imagino que esa persona se pasea por la calle Ignacio Wallis justo cuando paso yo, y, y, y , ahí me quedo atascada. Me doy cuenta que no sé cómo pedírselo de vuelta y cómo justificar que es mío, y cómo no ofenderle y pensar que la trato de mangui. Ahí me doy cuenta de que tengo que soltar este tema. Ya pasó. No vale la pena. Ahora le toca a otra persona ser feliz con ello como lo fui yo. Ya está. Ahora solo es un objeto perdido.

Objeto perdido - Antonio

Las cajas alrededor del colchón en el suelo no podían tapar el potente sol del amanecer atravesando las cristaleras sin cortinas. El gato deambulaba como perdido entre toda la locura de bultos que era el ático de una habitación al que nos habíamos mudado. Desde la terraza se veían buena parte de los tejados del barrio, la plaza Alta a los pies y en el horizonte el mar.
Cuando vinimos a vivir al barrio de Es Cucó, el mar se podía ver desde la plaza Alta. Ahora hay dos manzanas de edificios altos delante y el mar ni siquiera se oye. Entonces casi todos los vecinos éramos de fuera. Ahora parece que incluso los que llevamos aquí media vida, seguimos siendo de fuera. Es un poco el sello del lugar, una pequeña burbuja en el mapa caprichoso de una pequeña ciudad.
Es invierno, son las ocho de la mañana, y entre el caos que es la casa, soy incapaz de encontrar la cafetera. Algunas veces bajo a tomar un café en el bar de Rafael, el Etiopia. No tengo mucho que hacer, y esa rutina temprana me activa para el resto del día. Hoy no tendré más remedio que hacerlo si quiero despertar y comenzar a organizar de alguna manera esta nueva vida.
-Hola Rafa, buenos días. ¿Qué tal?
-Buenas. Bien. Está tranquilo hoy. ¿Qué tal tu primera noche en el apartamento nuevo?
-Bien. Aún no he colocado nada, está todo tal cuál lo dejamos ayer, lleno de cajas, muebles desmontados y bolsas.
-Pues ya sabes. Si necesitas ayuda Clara y yo podemos pasar un rato por la tarde, antes de ir a buscar al niño a la piscina.
-Lo tendré en cuenta. De momento me intento hacer una composición del lugar y encontrar fuerzas para sumergirme en el caos de cosas que hay allí arriba. Lo más urgente es comprar comida para Charlie, porque no se dónde cojones dejé su bolsa de croquetas.
Rafa sigue atendiendo en la barra, va y viene, y entre vaivenes mantenemos nuestra conversación.
-En mi coche se quedó una caja llena de cachivaches. Igual está ahí.
-Seguramente. Luego me la das. ¿Por cierto, es tuya esta caja?
Saco una pequeña caja burdeos, desgastada y descolorida. La mirada de Rafa cambia y enseguida me la quita de las manos y la abre. Su cara expresa aún más sorpresa al ver que en el interior sigue estando el reloj de bolsillo cobrizo de nuestro abuelo.
-¿De dónde la has sacado? ¿Me la robaste tú?¿Sabes perfectamente que es mío?
Le entiendo. Rafa era el preferido del abuelo, a él le regaló su reloj antes de morir, y apenas un mes después Rafa creyó que lo había perdido en algún estúpido descuido.
-Estaba en una de las cajas, la única que abrí ayer. No sé si contártelo, porque a mí tampoco me gusta la respuesta. Fue la caja que me dio tu padre ayer con las fotos y recuerdos que tenía de mi padre, las que recogió en la casa vieja de la playa cuando lo encontró muerto.
Rafa aprieta el reloj como el bien más preciado que haya tenido nunca, relaja el gesto, parece que haya recuperado un miembro que le hubiesen amputado y lanza una afirmación con la que sólo puedo estar de acuerdo.
-Tu padre era un cabrón.

Rafa y yo crecimos juntos en este barrio de cemento y fronteras imaginarias con el único horizonte de la playa abierta al sur, un pueblo abierto al mundo que espera que todo llegue desde lejos. Fronteras mentales con los ojos abiertos, abrazados por el gris y vistas al mundo más allá del azul. Queríamos abarcarlo y cambiarlo todo, hasta comprender dónde llegaban nuestros brazos, nuestras ganas y diferenciar los sueños de arena entre los dedos.

El objeto perdido - Anahi

La joven se levanto como cada mañana antes que amaneciera para prepararlo todo, antes encendería un fuego comunitario para que la cueva se entibiase.
           Buscó ramas finas para el fuego que provisoriamente ya había dejado en la entrada de la cueva el día anterior. Apenas contaba con 6 años de vida, pero para esta pequeña comunidad Neanderthal del paleolíticos medio era de lo más habitual que las jóvenes se encargasen del servicio religioso y por aquel entonces ella era la única joven que podía hacerlo. Las coloco sobre las ascuas que aun quedaban del fuego del día anterior y sopló delicadamente  hasta que escucho el dulce crepitar. Era la actividad que más le gustaba realizar. Porque de pronto la obscuridad en la que estaba sumida la cueva desaparecía. Además era una responsabilidad muy importante. Cuando el fuego ya ardía con vehemencia, busco un palo que utilizaba para adecentar la cueva y quitar del suelo hojas y ramas que pudieran molestar a los ancianos. Por último se acercó a la oquedad del fondo de la cueva donde descansaba la idolatrada representación de la vida. Que al ojo de cualquiera no sugeriría ser mas que una roca con cierta belleza, pero para un ojo experto, las cosa cambiaba.
           Casi se le para el corazón al descubrir que ya no estaba allí. Busco una segunda y una tercera vez, pero no encontró más que polvo. El miedo la paralizó, no sabía que hacer ni como le diría a todos que había perdido el valioso objeto. Buscó de nuevo en la oquedad, en el suelo, detrás de algunos pedruscos, pero no estaba. ¡Que ocurriría ahora con todos si desaparecería! se encogió como hierva seca y lloro con desesperación.
          Tanto ruido y sollozo no pasó desapercibido para el anciano Mogul. Que se acerco a la pequeña y la apretó contra su fuerte cuerpo. Cuando los sollozos terminaron la aparto y secándole las amargas lagrimas que recorrían las mejillas le preguntó que pasaba.
Ella sin hablar señalo el hueco vacío de la pared de la cueva y el anciano entendió de inmediato. Pero no pudo mas que sonreír. Estará por aquí. Le dijo, no te preocupes.
           Miro alrededor y descubrió que uno de los pequeños se movía entre sus pieles. Llamo a la niña y la envió a rescatar la divinidad de entre las regordetas manos de Mok. Maravillada regreso con la piedra y preguntó a Mogul que como  sabía  lo que había ocurrido. Y el le respondió con un suspiro. Esta no es la primera vez.

Cambio de manos - Cris

Ante el formulario de reclamación de objetos perdidos del aeropuerto de Barcelona recordé otros objetos que había perdido: un paraguas en un día de lluvia, un pendiente en sábanas ajenas, una lentilla una noche de fiesta, la lista de la compra,etc.
         Y también recordé algunos objetos que encontré: una cartera en una gasolinera, unas gafas de sol en un concierto, un póster de la capilla sixtina, 40€ en la vía pública. De estos cuatro sólo devolví el primero. Gracias, pero no voy a poner ninguna reclamación, dije. Salí de la oficina con la certeza de que alguien en algún lugar del aeropuerto ha encontrado unas gafas de sol que una vez encontré en un concierto.

Cuaderno de bitácora: sesión 58

Sesión 58
 
Domingo, 11 de enero de 2014, seis de la tarde, reunión en Can Ignasi. Asistimos a la sesión: Silvia, Pau, Rocio, Paco, Cris, Anahi y Antonio. Romanie envia su texto.

Ejercicio:  Escribir un texto a partir del tema "el objeto perdido".

- Lecturas compartidas:
  • El País semanal: artículo de Elvira Lindo:  "Semblanza de Antonio Muñoz Molina".